Opinión
La luz y las tinieblas
«La política tiene la obligación, siempre, de preservar la vida; prevenir que alguien se la quite es una manera esencial, también, de hacerlo»
Hace aproximadamente dos semanas, el 10 de septiembre, tenía lugar el ‘Día Mundial de Prevención del Suicidio’. Asociaciones, organismos públicos y particulares se sumaban al apoyo de esta causa.
Este tipo de días conmemorativos suelen visibilizar problemas a los que no prestamos atención. ... Casi 700.000 personas se suicidan cada día. Casi 4.000 lo hacen de manera anual en nuestro país. Curiosamente, tres veces más hombres que mujeres.
Todo un drama que solía ocultarse para evitar el efecto llamada y que, curiosamente, concentra más fallecidos que otras causas con las que el Estado suele tener un alto nivel de consideración . Además, tras la pandemia, esta lacra ha aumentado de manera exponencial.
Un terror que acecha sin piedad a las personas más jóvenes . De hecho, este año, por primera vez, el suicidio se convertía en la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes de nuestro país. Ya lo era en la Unión Europea desde hace más de un lustro. Un ejemplo tangible del concepto ‘generación de cristal’ con el que se califica a nuestra juventud. Y es que, a pesar de tenerlo todo es común entre los jóvenes sufrir episodios de ansiedad y depresión. Las redes sociales, las altas expectativas de vida que aparecen en muchas series o el futuro incierto y líquido que tenemos por delante, suelen desestabilizar las frágiles mentes de adolescentes y jóvenes.
Hay que reconocer que algún que otro partido ha hecho, de manera puntual, una mención a este tema en su programa electoral o en intervenciones parlamentarias. Los partidos que, históricamente se han posicionado siempre a favor de la vida deberían también agarrar con fuerza esta bandera, evitando así que otros se la apropien. Y es que, la política tiene la obligación, siempre, de preservar la vida. Prevenir que alguien se la quite es una manera esencial, también, de hacerlo.
Quienes llegan a esta situación, lo hacen principalmente por tres motivos: razones puntuales que nos llevan a parecer que estamos en un callejón cuya única salida es desaparecer, problemas extendidos en el tiempo o traumas no superados y enfermedades mentales.
Nuestro sistema de salud público, a pesar de problemas variados, es envidiable en comparación con otras partes del mundo. Sin embargo, gran parte de la sociedad coincide que la salud mental, la que se ocupa de esas enfermedades que no suelen verse y que no suelen aparejar dolor físico, está deficientemente tratada. Falta de efectivos, de personal y de inversión para la investigación son sus principales debilidades.
No hay duda de que hay temas que son transversales, que deberían reunir el acuerdo de todo el espectro político. Este es uno de ellos. Por ello, desde las instituciones públicas, a todos los niveles, habría que trazar una estrategia que diagnostique problemas y aporte soluciones. Desde el ámbito europeo hasta el municipal.
Sin embargo, cada uno de nosotros tiene también responsabilidad sobre esta cuestión . Porque, a veces, un café con un amigo, una llamada, un buen consejo, una ayuda a la hora de conseguir empleo o un préstamo de dinero desinteresado a alguien que lo necesita, puede paliar ese dolor que no se ve y que empuja al precipicio. Especialmente, quienes practicamos la fe católica, la de la esperanza, el perdón y la que todo lo puede, tienen especial implicación en ese reto -como decía San Francisco de Asís - de poner luz donde haya tinieblas. Porque por muy mal que todo vaya, la fe siempre nos demuestra que todo puede cambiar. Porque quizás, muchos de estos problemas de falta de horizonte en la vida vengan porque muchos no han encontrado el lugar donde mirar para saber qué camino seguir.
Por eso, si a lo humano sumamos individualmente, cada uno de nosotros, una pizca de lo divino, puede que este problema, cada vez mayor, empiece a desvanecerse. Porque después de la tormenta viene la calma y después de la noche llega el amanecer . Y esa es la enseñanza más potente que podemos dar a quienes creen que su vida ya no tiene ningún tipo de utilidad.