Miguel Ángel Sastre
Y al tercer día…
«Es inevitable para quien es creyente, para quien ha vivido estos días con intensidad, aunque sea desde su casa, establecer cierta comparativa entre esta época de confinamiento, el tiempo litúrgico que acabamos de terminar y el que ha comenzado»
Todo pasó: la Cuaresma, la Semana Santa e incluso el día de la Resurrección . Todo ocurrió, prácticamente, sin hacer ruido y sin que algunos, a penas, lo hayan notado. Sin embargo, lo que no ha finalizado aún, es nuestro encierro. Aquí ... seguimos y seguiremos, de momento, hasta el día 26 de este mes, aunque todo apunta que la luz que nos indica el final del túnel sigue todavía lejana.
Es inevitable para quien es creyente , para quien ha vivido estos días con intensidad, aunque sea desde su casa, establecer cierta comparativa entre esta época de confinamiento, el tiempo litúrgico que acabamos de terminar y el que ha comenzado.
En primer lugar porque, casualidad o no, cuando empezó todo esto, estábamos en plena Cuaresma : tiempo de recogimiento y de sacrificio. Sacrificio como el que todos estamos haciendo, en este caso, obligados. Un tiempo de renuncia que, en teoría, si así queremos tomárnoslo, nos puede acercar a lo trascendental: a lo que va más allá de nuestra vida terrenal.
En segundo lugar, porque quienes sí hemos vivido este tiempo de confinamiento al compás del tiempo litúrgico preparatorio para la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo hemos visto como éste ha desembocado en una nueva época en la que el recogimiento se convierte en alegría, en la que el sacrificio se convierte en júbilo. Un tiempo en el que como católicos y como cofrades hemos tenido que adaptarnos con la misma celeridad con la que el pabilo de un cirio se consume a lo que la sociedad nos pedía. Además de reconvertirse en su forma de seguir asistiendo a los más necesitados, la Iglesia ha tenido que adaptarse rápidamente a las nuevas tecnologías: sacerdotes y párrocos, incluso laicos de todas las edades han hecho un despliegue muy loable en este tiempo para que lo esencial de la liturgia siguiese llegando a todos los hogares. Los cofrades hemos tenido que sobrellevar, creo que de una manera ejemplar, no poder llevar a cabo la mayoría de los actos que justifican la existencia de nuestras hermandades y cofradías, con las secuelas morales, espirituales y económicas que eso conlleva.
En paralelo, nuestra sociedad también se ha tenido que adaptar a nuestra nueva forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Tendremos que seguir haciéndolo, porque me temo que nos queda un largo camino que recorrer lleno, además, de oscuras etapas que desconocemos.
Sin embargo, si dejamos a un lado la cuestión litúrgica, en la mayoría de los casos la vida, prácticamente, en lo relativo a la rutina diaria, no ha cambiado un ápice desde el 14 de marzo . Mientras que para quien cree, una parte de su recogimiento y de su sacrificio ha terminado con la llegada de la Pascua, a nivel general, el confinamiento, con algún matiz, sigue tal y como comenzó.
Es por esto que tendremos que seguir sacrificándonos y esperemos que, como ocurre según lo que establece el cristianismo, ese sacrificio desemboque en el gozo: que cesen los fallecimientos masivos , que cesen los contagios y que nuestra sociedad se recupere económicamente . En definitiva, que al tercer día nuestro mundo y concretamente nuestro país resuciten y que esta vez el demonio, Herodes, Judas, Caifás, Anás, escribas y fariseos no se salgan con la suya.