OPINIÓN
Y no es patrimonio
La semana pasada tratábamos el cambio de mentalidad social que se estaba produciendo al relacionar rebeldía juvenil e ideología política
La semana pasada tratábamos el cambio de mentalidad social que se estaba produciendo al relacionar rebeldía juvenil e ideología política. Porque si ser rebelde significaba ir contracorriente, ser de izquierdas, ya no encarnaba esa rebeldía, representando ‘statu quo’ y cierta sumisión.
A esa derrota que ... los partidos ‘progresistas’ están sufriendo en España - plasmada en las elecciones del 4 de Mayo - se podría sumar otra nueva, si ciertos sectores sociales reaccionasen.
Y es que, al igual que siempre se ha hablado de que los jóvenes para ser realmente jóvenes debían ser de izquierdas, este espectro político también se ha apropiado del sector cultural. Sin embargo, si nos atenemos a hechos recientes, eso no debería ser así.
En primer lugar, porque durante lo peor de la pandemia, el Gobierno de la nación, a uno de los sectores que dejó de lado fue al de la cultura: cines, teatros, espectáculos, museos. Porque, aunque la gestión de muchos de estos espacios dependía de las medidas tomadas por las Comunidades Autónomas, no hubo ni un intento del Gobierno para apoyarles.
Con el ministro de aquel entonces puesto de perfil, muchas industrias culturales fueron a la quiebra. Ni le permitían continuar con su actividad, ni llegaban ayudas, ni se promocionaba la cultura como un entorno seguro cuando las medidas comenzaban a relajarse. Menos mal que, en teoría, este gobierno era de ‘los suyos’. Sin embargo, muchos de esos -reconocidos profesionales del sector- de los que en aquella campaña electoral de Zapatero le apoyaron haciendo el gesto de la ceja, prefirieron, como era natural, callar. ¿Y si el Gobierno que los abandonó a su suerte hubiese tenido otro color político?
Pero, por si fuese poco, tras haber pasado olímpicamente del sector cuando más necesitaba un colchón donde amortiguar el golpe, ahora a este Gobierno parece interesarle, de nuevo, la cultura.
Puede ser que ya no esté por el gabinete Iván Redondo, de quien decían que afirmaba que el sector de la cultura no da votos. O simplemente, puede ser que hayan decidido usar el sector para una medida -el bono cultural- enfocada a comprar la voluntad política de quien cumple 18 años, dándole 400 euros para gastar sin criterio.
400 euros que acabarán empleándose, con la astucia de los beneficiarios, en muchos casos, en otros destinos muy distintos a algo relacionado con lo cultural. 400 euros que excluyen a sectores que, guste o no, y según la ley, son cultura, como la tauromaquia. 400 euros que, por mucho que nos quieran engañar, van directos a captar nuevos votantes en la única franja de edad que, ahora mismo, la izquierda puede crecer electoralmente con facilidad.
Pero si estos dos argumentos no fuesen suficientes para entender por qué deberíamos empezar a separar cultura e izquierda política existen, como mínimo, otras tres razones para terminar de convencerse.
Primero, la economía: muchos de los que se dedican a estas actividades son autónomos o empresarios. ¿Propone la izquierda actual políticas para favorecer la actividad económica y empresarial? No rotundo.
Segundo, la libertad: cultura siempre ha sido sinónimo de libertad. La izquierda actual censura lo que no le interesa ideológicamente y ha creado una nueva forma de puritanismo moral.
Tercero, la tradición: lo que somos. Cultura es todo lo que nos ha construido como sociedad. En su revisionismo permanente, con frecuencia, la izquierda ataca o se mofa de nuestras tradiciones.
Por eso, igual que muchos jóvenes han decidido libremente que no necesariamente hay que ser de izquierdas para cumplir con lo que la sociedad espera, puede que pronto, empecemos a comprender que el sector cultural tampoco es patrimonio de esta ideología. Y mucho menos de lo que representa este Gobierno, al que, por suerte, cada vez le van quedando menos apoyos en nuestro país.