V,W,X,Y,Z
A pesar de que la inconsciencia se da manera intergeneracional, los datos son claros: la mayoría de rebrotes están afectando, aunque de manera asintomática, a edades comprendidas entre los 15 y 30 años
Dónde y cuándo nacemos es una de esas cosas que la vida no permite elegir. Tengo la fortuna de pertenecer a una generación en la que casi todo está a nuestro alcance y con una vida, en principio, más cómoda que la de quién nos ... precedieron. Dicen, además, que quienes nacimos más allá de la década de los 80 - denominados como Generaciones Y o Z - somos, en teoría, los que mejor preparados estamos a nivel académico. Nunca hubo tantos universitarios ni se conocen precedentes, tampoco, en el número de posgraduados. A pesar de eso, el paro se ceba con los jóvenes de entre 20 y 30 años. Eso nos lleva a pensar que la cantidad en educación, muchas veces, no va acorde con la calidad.
Sin embargo, además de la lacra del desempleo, la inconsciencia se ve que no está reñida con la formación académica. Y es que, la sociedad, especialmente la juventud, parece haber olvidado lo que hace menos de tres meses ocurría en España. El virus sigue ahí fuera. No lo hemos vencido, simplemente lo hemos esquivado.
A pesar de que la inconsciencia se da manera intergeneracional –también en la generación X y la del ‘Baby Boom’ o por extensión W–, los datos son claros: la mayoría de rebrotes están afectando, aunque de manera asintomática, a edades comprendidas entre los 15 y 30 años.
Puede llegar a ser comprensible que, a veces, olvidemos lo que ocurrió. Que no seamos conscientes de que nuestro país rozó el colapso sanitario. Que los pasillos de los hospitales tenían que hacer las funciones de UCI y que, en algunas ciudades, se habilitaron morgues improvisadas para que los cadáveres no se amontonaran como si de una epidemia medieval se tratara. Puede ser justificable nuestra amnesia porque, además, el Gobierno concentró todos sus esfuerzos en mantenernos aletargados con propaganda dopada de serotonina, evitando que viéramos imágenes que zarandeasen nuestras conciencias. Sólo algunos medios se atrevieron a publicarlas y quizás, ahora, evitarían que bajásemos la guardia.
La generación Y o la Z, a la que pertenezco y que, en teoría, está comprometida con causas loables como el medio ambiente, la lucha contra la desigualdad económica o la no discriminación de minorías –aunque a veces lo haga basándose en clichés o desde el sofá– tiene una oportunidad de oro de demostrar esa solidaridad de la que hace gala. Tiene la oportunidad de visibilizar su respeto por sus mayores. Esa generación a la que debemos todo: la de nuestros abuelos (la conocida como ‘Silent Generation’ y según esta lógica, ‘Generación V’). Esa a la que tenemos afecto y respeto, al mismo tiempo que hemos olvidado algunos de sus valores morales, omitiendo sus consejos.
No se trata de no disfrutar. Se trata de encontrar el equilibrio entre el miedo y la inconsciencia. Pedimos moderación a nuestros políticos pero, a veces, somos incapaces de tenerla en nuestras vidas. Algo aplicable a la juventud, pero también a la generación de nuestros padres.
Si no somos precavidos volveremos al punto de origen. No debemos hacerlo solo por nosotros, en muchos casos con un sistema inmunitario más robusto que el virus, sino por aquellos que realmente son vulnerables frente a él. Aquellos a quienes se les exigió soportar la Europa de las guerras para que hoy vivamos en democracia. A nosotros sólo nos piden seguir disfrutando de la vida, pero con algo más de sensatez de la que teníamos antes. Si como generación no somos capaces de cumplir con algo tan sencillo ¿cómo pretendemos resolver retos de nuestro futuro verdaderamente complejos?
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