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Nuestro objetivo como personas que queremos y amamos esta ciudad, sobre todo el de los que se sientan en San Juan de Dios, debería ser que Cádiz crezca. Aunque sea poco a poco
Cuando llevas un tiempo sin volver a Cádiz y pones de nuevo tus pies en ella, hay cosas que parecen no haber cambiado.
Personas cuya vida continúa tal y como la dejaste, situaciones cotidianas que se repiten, la espectacular luz del Paseo Marítimo que los ... fines de semana parece brillar con más fuerza o las frías noches de invierno en las que la ciudad decide hibernar.
En general, Cádiz es una ciudad que cambia, al contrario de lo que ocurre en el resto del mundo que nos rodea, más bien poco. Y esa permanencia, en si misma, no es mala. Porque siempre es bueno que haya sitios donde puedas volver y sentir como si el tiempo no hubiera pasado y no te hubieses ido.
Esa quizás sea una de las muchas claves por las que todo gaditano “exiliado” por motivos laborales, académicos o familiares, añora tanto su tierra natal. Mucho más que cualquier otra persona desplazada de su lugar de origen. Porque esa calma alegre que Cádiz tiene, aunque se encuentre en muchas ocasiones en el límite de la deprimente monotonía - que hace que muchos jóvenes españoles busquen en Madrid lo que no encuentran en sus tierras de nacimiento - relaja y recarga pilas. Es la que hace que quien lleva años veraneando en nuestra ciudad se sienta un gaditano más cada vez que vuelve a pasar sus vacaciones.
Sin embargo, que las cosas cambien poco, o simplemente no cambien, no significa que la ciudad vaya a mejor.
Nuestro objetivo como personas que queremos y amamos esta ciudad, sobre todo el de los que se sientan en San Juan de Dios, debería ser que Cádiz crezca. Aunque sea poco a poco. Porque los cambios paulatinos, aunque no se noten, deberían existir. La ciudad debería ir siempre mejorando poco a poco la ciudad, y no empeorando.
Que crezca desde un punto de vista demográfico: la población de Cádiz va mermando y no aumenta. Nadie pone freno a este goteo.
Que crezca en empleo, servicios, oferta cultural y de ocio: que seamos un lugar que no solo ofrezca turismo, sol y playa. Que Cádiz sea una tierra que ponga en valor su amplísimo y singular patrimonio, donde encontrar empleo no sea misión imposible. Donde los más jóvenes tengan posibilidades de desarrollar su proyecto de vida y tengan atractivos para quedarse. No hace falta revolucionar Cádiz, sino ir mejorando, poco a poco, día a día.
Porque muchos podemos llegar a entender que, para este equipo de gobierno, los grandes proyectos son inasumibles: no saben lo que quieren para Cádiz y si lo supieran, tampoco sabrían pelearlo. Ni un proyecto eficaz de consenso para el Puerto de Cádiz, ni pelear por grandes infraestructuras, ni por nuevos equipamientos. Pero hay pequeñas cosas que sí se pueden hacer: atraer empresas, mejorar la agilidad de los trámites municipales -licencias-, invertir en patrimonio y cultura o en servicios -parques, jardines, playas-.
Pero, sin embargo, quien vuelve después de un tiempo solo va viendo el goteo de comercios que cierran, de fachadas que poco a poco se van oscureciendo y de zócalos en los que la mugre se acumula paulatinamente. Cambios que no se notan, casi imperceptibles, pero que están construyendo un Cádiz sin pulso, que no ofrece alternativa al verano y que está aletargado.
Un Cádiz en el que cada vez más gente se va, no solo por la falta de empleo, si no por la falta de vivienda y de ilusión. Ojalá esta ciudad ofreciese las condiciones para que muchos vuelvan, o para que, cuando algunos lo hagan puntualmente, envidien algo más que la tranquilidad y que el mar.
La pena de todo esto, que no hay intención de reaccionar y aquí lo que importa, simplemente, es celebrar el Carnaval en la fecha que fastidie más a la oposición. Así nos va.
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