Miguel Ángel Sastre
Los viajes de la nueva normalidad
Viajar al extranjero es genial, porque permite conocer nuevas culturas y vivir experiencias inolvidables, pero si la "nueva normalidad" nos ha traído algo con lo que quedarnos, ha sido, entre otras cosas el poder descubrir que el paraíso, a veces, está más cerca de lo que pensábamos.
Hubo un tiempo en el que quien viajaba a Londres era un valiente. Quien lo hacía a París lo encaraba como el viaje más importante de su vida. Un tiempo en el que Roma, Venecia y Florencia eran el destino soñado de un viaje de ... recién casados. En el que ir a Nueva York o cruzar el charco era un viaje privativo solo para quienes tenían un número determinado de ceros en su nómina o en su cuenta corriente.
Había una vez, una época en la que viajaban pocos y a sitios muy concretos. Sin embargo, con la llegada de las aerolíneas "lowcost", hasta la pandemia, el ejemplo contrario lo encontrábamos visitando cualquier perfil de algún conocido en redes sociales. Y es que, antes de que este "bichito" se expandiese por el mundo, revolucionando nuestras vidas, jóvenes y mayores viajaban sin parar a destinos, hasta hace poco, impensables. Con amigos, en familia, en pareja - con la consiguiente galería fotográfica no apta para diabéticos - o incluso, en solitario. Eran épocas en las que los perfiles de redes sociales de muchos de quienes conocemos se llenaban de fotos de destinos exóticos.
Cuanto más lejos fuese la fotografía mejor. Viajar a Galicia, a Valencia o a Cataluña se convertía en algo cañí, paleto y aburrido. Incluso, destinos más cercanos y habituales como Portugal, Italia o Francia también se ponían en duda como válidos para presumir. Hubo una época en la que el mundo, para algunos, empezaba en Cracovia y tenía su epicentro en el Sudeste Asíatico. En la que la SEO o la Basílica del Pilar en Zaragoza eran iglesias de extrarradio y en las que el Museo del Prado era un centro cívico que acogía exposiciones de artistas menores. En las que la playa de las Catedrales era un lugar nada comparable a cualquier zona salvaje de Vietnam.
Cosas del destino, muchos de esos mismos que antes, si no hacían 15 horas de vuelo de media en sus vacaciones no se sentían vivos, por circunstancias de la pandemia han decidido quedarse este verano en nuestro país, o como mucho cruzar la "Raya de Portugal" o la frontera que nos une con Francia. Y muchos han quedado sorprendidos.
Las fotografías de Maldivas, que aún las hay, han sido sustituidas por playas de Asturias, Cantabria y el Levante. Las ciudades perdidas de oriente por cascos históricos como el de Cádiz. Ya bien sea por motivos económicos, o por la inseguridad jurídica que supone una cuarentena por un posible positivo en un país extranjero, muchos, estas vacaciones, se han quedado en nuestra querida España.
Esa decisión ha sido vital para equilibrar la balanza de todos aquellos que no han venido de fuera. Zonas como nuestra provincia, están llenas hasta la bandera. El Puerto con su buen ambiente, conciertos y oferta gastronómica, la Barrosa con sus atardeceres y caravanas a la salida de la playa o la ensenada de Bolonia con su duna llena de personas que la fotografía, son ejemplos de cómo nuestra provincia este verano ha recibido turistas por encima de sus propias posibilidades. Es bueno y necesario, aunque nos provoque problemas de masificación que tendremos que solucionar en el futuro. Además, nos trae un reto muy claro: hacer que este turismo, por nuestras características climáticas, sea continuado durante el resto del año y no solo en los meses de verano.
Por eso, viajar al extranjero es genial, porque permite conocer nuevas culturas y vivir experiencias inolvidables, pero si la "nueva normalidad" nos ha traído algo con lo que quedarnos, ha sido, entre otras cosas el poder descubrir que el paraíso, a veces, está más cerca de lo que pensábamos.