Miguel Ángel Sastre
Un río de Vejer a La Caleta
Su vida fue un río que nació en Vejer pero que desembocó en la Caleta
Hace dos años, previo a la Cuaresma, publiqué un artículo titulado «La Eternidad»: un juego de palabras con el nombre de la comparsa menos terrenal de Martínez Ares, indicando cómo febrero de 2020, debido al carnaval, había sido una metáfora de la «vida de la ... fama» sobre la que escribió Jorge Manrique. Una metáfora de personas cuya memoria perdura después fallecer.
Apuntaba Manrique, también, que nuestras vidas eran ríos que desembocaban en el mar.
Este fin de semana, dos años después de ese artículo, desembocaba un río de vida, manso, alegre y optimista al que muchos gaditanos vimos fluir. Un río que pasaba por tu vida llenándote de sabiduría y bondad. Este fin de semana desembocaba en el mar un río que queríamos que no tuviese fin: nuestro querido Juan. Nuestro Juan Manzorro.
Todos los que lo conocíamos, lo quisimos a rabiar. Carnaval, fútbol, Semana Santa y el Cádiz cotidiano, fluían a través de esa voz que, tras un micrófono, alegraba nuestras vidas. Curiosamente, se iba en la misma semana que otro maestro de la radio, Juan Pablo Colmenarejo, a quien también pude conocer.
Cuando era pequeño a Juan - «Manzorro» en mi casa - lo veía en la tele o lo escuchaba en la radio, hasta que la vida, hace un tiempo, me dio el regalo de compartir con él ratos inolvidables en las ondas.
Recuerdo los nervios de la primera vez: Fernando Pérez, Jesús Devesa y él haciendo el programa «Semana Mayor» con una pasión y dominio espectaculares. Yo, un mero aprendiz que había intervenido en la radio un número de veces que se contaban con los dedos de una mano. Juan enseñaba con cada palabra, cada silencio y cada gesto.
A partir de ahí nació una amistad muy especial. Cada sábado por la mañana que me lo encontraba en el estudio de Canal Sur Radio me decía que yo era como su «nieto». Creo que él era demasiado joven para eso pero, desde luego, me ayudó siempre como a alguien de su familia. No importaba el qué: un vídeo para una campaña, una entrevista para mi TFG sobre el soterramiento de la ciudad, una sintonía para un vídeo del máster o un consejo. Siempre me apoyó, me deseó buena suerte y me auguró un buen futuro en mi decisión de implicarme en política. Ojalá estar a la altura de lo que esperaba de mí.
Juan nos dejó, además de su bondad infinita, la enseñanza de que la humildad ensalza las capacidades que uno tiene innatas. Brillaba con luz propia sin pisar a nadie.
Su vida fue un río que nació en Vejer pero que desembocó en la Caleta, donde paseaba junto a Mónica, su persona, y a la que - con su permiso- todos los que la conocemos, queremos casi tanto como a él.
Juan se ha ido con el cariño de todos. Porque en España y en Cádiz, concretamente, despedimos muy bien pero, en su caso, lo bueno que se diga es irrefutable.
Se fue muy pronto pero, como decía aquel eslogan: «cuando nacemos, lloramos y los demás ríen. Vive tu vida de tal manera que cuando te vayas seas tú el que sonría y los demás lloren». Él entendió perfectamente eso de vivir la vida yéndose en paz, con una sonrisa, a pesar de sus ganas de seguir adelante y del sufrimiento padecido, haciendo que los demás fuesen los que llorasen el día de su marcha.
Y así ha sido. Pero, aunque la tristeza nos invada ahora, debemos sentirnos realmente afortunados por haberlo conocido y tratado. Más personas como él harían que el mundo fuese mucho mejor.
Su voz se apagó pero, de Vejer a Cádiz, su recuerdo seguirá vivo, como las ondas de la radio que, aunque no las veamos, sabemos que siempre nos acompañarán allá donde vayamos. Y es que, el río de su vida seguirá fluyendo mientras que lo recordemos.
Hasta pronto, Juan. Eternamente, agradecido por haberte conocido.
Un abrazo enorme, de tu «nieto» radiofónico.
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