Las últimas balas de la guerra
Casi un año después del inicio de todo y a pesar de los últimos datos negativos que recogen el «efecto puente de Diciembre», el enemigo empieza a verse, por primera vez, acorralado
Desde que los fallecimientos empezaron a descontrolarse, el Gobierno central planteó la crisis de la Covid como una guerra de todos los españoles contra el virus. La propaganda «made in Redondo», buscó alinearnos en el mismo bando que el Ejecutivo, creando un enemigo ... mayor al que combatir. Una forma, además, excelentemente eficaz para desviar el foco de atención y escurrir responsabilidades.
Aceptando esta metáfora planteada por quienes dirigen nuestra nación desde la Moncloa, podríamos considerar, también, que en esta guerra nuestros comandantes y el general al mando fueron negligentes: no previeron la capacidad de aniquilación del enemigo e, incluso, provocaron su ira. No hace falta recordar la cantidad de eventos que no se cancelaron para aparentar normalidad antes del 8M. No hace falta recordar la cantidad de informes y alertas avisando de la hecatombe que se avecinaba que las autoridades competentes, presuntamente, ocultaron.
Por no prepararnos bien, por desconocer cuál era el chaleco antibalas más eficaz y creerlo inútil - recuerden aquello de que «las mascarillas no son necesarias» - perdimos a muchos de nuestros combatientes en primera línea: médicos, enfermeros y farmacéuticos. Perdimos, también, a miembros de nuestras fuerzas especiales de combate en esta crisis: policía, Guardia Civil y ejército. Perdimos, además, a decenas de miles de compatriotas civiles. El número total de caídos, a estas alturas, sigue siendo un enigma.
Una guerra que empezó bajo un mando único pero que, poco a poco, por dejación de funciones de la cúpula central, ha acabado convertida en una guerra de guerrillas. Cada comunidad ha terminado batallando por su cuenta con los medios de los que disponía. Y han conseguido, en cada uno de sus frentes, contener los ataques de su enemigo. Unos contraatacando, otros aumentando y reforzando su capacidad defensiva. Algunos sacrificando sus actividades productivas y, otros, con inteligencia, esfuerzo y creatividad, intentando hacer el equilibrio necesario entre economía y salud, como ha ocurrido con Madrid en las últimas semanas. Otros siendo capaces de reducir impresionantemente su curva de contagios, como hemos hecho en Andalucía. En definitiva, las comunidades han demostrado que saben, aunque sea por separado y sin apenas ayuda del Estado, combatir mejor el virus de lo que lo hizo el Gobierno central bajo el mando único.
Casi un año después del inicio de todo, aunque el número de test, su coste, rapidez y eficacia sigan sin ser óptimos, aunque muchos establecimientos y negocios no se hayan adaptado aún a las demandas y reformas que exigía el combate contra la Covid y a pesar de los últimos datos negativos que recogen el «efecto puente de Diciembre», el enemigo empieza a verse, por primera vez, acorralado. Nuestras armas cada vez son mejores, y parece ser que la vacuna decantará la balanza a nuestro favor. Si Dios quiere, el enemigo pronto alzará la bandera blanca rindiéndose y entonces sí - no en Junio como anunció, torpemente, nuestro presidente del Gobierno - habremos «vencido al virus».
Sin embargo, a pesar de las restricciones, todos conocemos a quienes están inventando todo tipo de argucias para esquivarlas: reuniones en casas, cotillones clandestinos, eventos navideños en establecimientos como si nada pasara y un largo etcétera de situaciones que son balones de oxígeno para un virus que en pocos meses, si todo va bien, estará noqueado.
Por eso, sería bueno que lanzáramos un mensaje a todos nuestros familiares y «allegados» - aquí sí que encaja bien el término - para no dar el último aliento a nuestro enemigo. Un mensaje que pasa por decir que sería muy triste que al final, a quienes, afortunadamente, hemos sobrevivido a todo esto, nos acabaran impactando y derribando las últimas balas de esta guerra a la que, por suerte, cada vez parece quedarle menos.
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