Miguel Ángel Sastre

¡Tiene guasa!

Tienen, como se dice popularmente, mucha «guasa», pero la clave está en el uso que les demos

«Le escribí, está en línea pero no me contesta». «Lo ha leído, pero no me responde». «Se acostó muy tarde. Su última vez ponía las 5:48 de la madrugada». «He decidido quitarme los ticks azules. Es más cómodo». »Ha subido una historia, pero ... no me contesta» »Hace tiempo que no publica» «Estaba ayer con gente que no conozco, lo he visto en una foto» «Últimamente no publica casi nada» «Deberías generar más contenido» «Perdona que no te haya contestado, tenía el teléfono colapsado» «Esas dos personas deben estar saliendo. Están los dos de viaje en el mismo lugar»

«Me ha contestado al momento». «Te he llamado al leerlo». «Estoy disponible» «Contéstame cuando puedas, no te preocupes» «Me he dejado la versión web abierta, por eso no te respondía» «¡No sabía que os conocíais! Os vi en una foto juntos. ¡Qué alegría!» «Aunque tengo poco tiempo, te sigo por redes y veo que todo te va bien» «Te envío el archivo por el móvil. Es más rápido». «Hay unos vídeos muy interesantes que enseñan a hacer eso».

WhatsApp, Telegram, Facebook, Twitter, YouTube, Instagram, LinkedIn, Twitch y mil plataformas más. Forman parte de nuestra vida y, muchas veces, nos ocupan una parte enorme de nuestros días. Con sombras, pero también con luces. Nos complican nuestra existencia, pero también la facilitan.

El documental 'El dilema de las redes sociales' de la plataforma Netflix contaba muchas de sus sombras. Pero hay una parte de la que no habla: el compromiso que nos generamos entre nosotros mismos. El nivel de exigencia al contestar, el control a las personas que nos rodean, los malentendidos, el estrés que se genera al ver un mensaje y no poder responder. La cantidad de depresiones e, incluso, suicidios que existen en adolescentes, derivados de ellas.

Ni que decir tiene el tiempo que perdemos. Todos hemos vivido cómo una mañana de trabajo puede esfumarse a golpe de mensajes. Cómo una tarde de estudio vuela por culpa de un bucle eterno de recargas de página viendo contenido en cualquier social.

Son un arma de doble filo que ha cambiado nuestra vida radicalmente desde su aparición. Lo ha hecho en el plano personal, pero también en el profesional.

Tanto nos han cambiado nuestra manera de ser que nuestra política de hoy vive, desgraciadamente, en un 80%, enfocada a la creación de contenido en redes sociales. Algo impensable en otras épocas. ¿Imaginan que hubiesen existido redes sociales durante la Transición Española?

Se han convertido en nuestra manera de expresar sentimientos: alegría, felicidad, tristeza, emoción. Un escaparate para contar a todos que somos felices y que tenemos una vida genial. A veces, haciéndola parecer mejor de lo que realmente es. Son, además, la fuente de ingresos de muchísimas personas. Las redes sociales son algo con lo que, en nuestro tiempo, tenemos que aprender a convivir.

Tienen, como se dice popularmente, mucha »guasa», pero la clave está en el uso que les demos. En sí mismas no son ni buenas ni malas. Su utilidad depende de nosotros. Por eso, en primer lugar, debemos evitar la ansiedad por generar contenido, por responder mensajes. Antiguamente, las cartas por correo postal tardaban días y semanas en llegar y nadie se moría por ello. No pasa nada por no contestar en el momento un mensaje si no es verdaderamente urgente.

En segundo lugar, utilizarlas para conocer cosas nuevas y no solo para enterarnos de la vida de los demás. Subir contenido variado, seguir cuentas que aporten algo más que el poder cotillear la vida de tu vecino, facilitan que sean un elemento útil y no solo un programa de prensa rosa portátil. Y en tercer lugar, que no nos cambien nuestra percepción sobre las cosas, sobre las personas, evitando la obsesión por saber sobre la vida de alguien a través de ellas.

Posiblemente, de esa forma se conviertan, efectivamente, en un elemento que nos facilite la vida en vez de crearnos aún más dificultades como, por desgracia, a veces ocurre.

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