Miguel Ángel Sastre
El 'Stadtkrone' de Cádiz
En el caso de Cádiz, el hito en sí mismo no existe. Nuestra seña de identidad es el hecho de ser casi una isla, pero poco más
El arquitecto alemán Bruno Taut defendía en sus escritos que toda ciudad debía tener uno o varios lugares significativos que se asociaran al imaginario colectivo de aquellos que la visitaran. Dicho de otro modo, que las ciudades tenían que tener hitos. Él las comparaba con ... la “torre del reloj” de un pequeño pueblo, que suele actuar como punto de referencia del mismo. De ahí el término “Die Stadtkröne”.
Muchas ciudades tienen uno o varios. París, Roma, Sevilla, Londres, Córdoba, Granada. No importa el tamaño, no importa la localización. Todos asociamos esa ciudad a un monumento o hito concreto.
En el caso de Cádiz, el hito en sí mismo no existe. Nuestra seña de identidad es el hecho de ser casi una isla, pero poco más. Porque nuestra Catedral, a pesar de su peculiaridad, a pesar de su valor, no es internacionalmente conocida. El monumento de las Cortes impresiona a quien viene, pero nadie viaja expresamente para verlo. Tenemos decenas de iglesias únicas, museos con piezas singulares, pero tampoco hacen que el nombre de nuestra ciudad se incluya en los principales circuitos internacionales. Nadie invierte en Cádiz por ninguna de estas cosas. Sin embargo, sí tenemos un “stadtkröne” que es como un diamante en bruto sin pulir: nuestro borde rodeado por el mar.
Porque da igual si es la Alameda, si es el Campo del Sur, si es el Paseo Marítimo. Da igual donde estés de la ciudad y el punto del mundo del que vengas: el mar y la luz acaban atrapándote.
Y dentro de ese contorno, es la Caleta el ámbito que normalmente mayores sensaciones despierta. Porque un paseo caminando por el espigón que conecta con el Castillo de San Sebastián suele impresionar a quien viene de lejos y de lugares de secano, pero también a quien es natural de Cádiz, porque ese lugar nunca deja de sorprenderte. Lo mismo ocurre descubriendo los recovecos del Castillo de Santa Catalina, o viendo un atardecer mirando al mar.
Sin embargo, efectivamente, esa zona es un diamante por pulir. Porque la mayoría de construcciones relevantes - no importa si moderna o histórica - se encuentran sin uso o con un uso que no genera valor directo para la ciudad. Y es que los conciertos dejaron de sonar en la fortaleza con nombre de ciudad vasca. Solo unas pocas y poco publicitadas exposiciones tienen lugar en ese patio de armas tan peculiar que parece una plaza de latinoamericana en la edad de oro. El bullicio dejó de existir en la Antigua Escuela de Náutica, ahora con aspecto de barco encallado en la Caleta. Varcárcel de proyecto fallido en proyecto fallido y el bello Balneario de la Palma, no tiene un uso actual que le permita al gaditano disfrutar de todo lo que ofrece.
Por mucho que insistan desde administraciones que últimamente están más empeñadas en hacer ideología política que en ofrecer servicios de calidad, esto no es responsabilidad exclusiva de la administración regional. Porque no se puede esperar que el dinero o el maná caigan del cielo. Hay que pelearlo, y abrir la mente para generar la posibilidad de abrirnos a la colaboración público-privada. Porque en tiempos donde el dinero no abunda hay que saber pelear por los proyectos que cambian ciudades. Un plan bien pensado para el entorno o ámbito de la Playa de la Caleta que incluye los edificios anteriormente citados, que mezclase usos y actores económicos conseguiría un efecto parecido al de Bilbao con la remodelación de su ría y el Museo Guggenheim. Ese tipo de proyectos, con coherencia y no como partes aisladas, nacen de la administración municipal y se pelean en ámbitos superiores cuando están maduros.
La arquitectura y el urbanismo transforman ciudades. Los puntos de referencia atraen actividad económica y revitalizan lugares. Únicamente hace falta voluntad e inteligencia política. Cádiz tiene su “stadtkröne” particular, que es la Caleta y su borde marítimo. Sin embargo, no lo sabe aún.
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