Miguel Ángel Sastre
La selva
Decimos que la política es una selva pero, realmente es la vida, en general, la que lo es
Las relaciones humanas es uno de los pilares que sustenta nuestra felicidad. Maslow las incluye en su pirámide en tercer lugar y no distingue entre amistad, familia y amor, aunque no tengan la misma influencia sobre nuestras endorfinas; pero deja clara la importancia del afecto ... en nuestro desarrollo.
Dicen, de hecho, que muchos traumas que una persona tiene y que después hacen que, en el futuro, esté frustrada y con odio vienen originados por faltas de afecto en la infancia.
Los que han tenido una infancia feliz suelen tener menos problemas relacionales, ser más conciliadores y propicios a hacer el bien que las que vivieron episodios traumáticos.
No se trata de buscar una justificación para aquellos que hacen el mal, pero parece ser que eso que Disney nos enseñó – cuando era algo más que una herramienta de difusión de clichés – de que el malo no era malo como tal, sino que era su pasado o las condiciones de su vida las que le hacían obrar mal, era verdad.
Podríamos, llegados a este punto, extraer como primera idea que quien ha recibido afecto a lo largo de su vida, tiene menos complejos y, por tanto, menos tendencia a hacer el mal.
El problema es que en esa búsqueda afectiva, hay muchos de esos traumas que quedan latentes y trascienden a grupos donde hay relaciones humanas. Rencillas personales que terminan destrozando causas mayores. Decimos que la política es una selva pero, realmente es la vida, en general, la que lo es. La sociedad, mayoritariamente, es así. La lealtad real es cada vez menos frecuente y la educación, la empatía y el respeto mutuo brillan por su ausencia. Se nos olvida tantas veces, a la hora de inventar, criticar o hablar de alguien que, en muchos casos, es una persona, limitándonos únicamente a ver lo malo.
No sabemos si es algo actual o el mundo siempre ha sido así. Las crónicas de la época del Imperio Romano, de la Edad Media y cualquier otro periodo siempre nos han hablado de las intrigas palaciegas y situaciones similares, por lo que esta manera de actuar del ser humano no es nueva.
Lo más preocupante de todo es que esta manera cainita de vivir la vida también es un vicio que tienen muchas entidades relacionadas con el ámbito de la fe y la propia jerarquía eclesiástica. El lío permanente, la intriga, la envidia insana, la crítica indiscriminada, la calumnia, el codazo y mil actitudes deplorables están a la orden del día, desgraciadamente, también en organizaciones dependientes de la Iglesia.
Sin embargo, al igual que las formaciones políticas son vectores capaces de cambiar la sociedad, al igual que las asociaciones canalizan demandas necesarias, las cofradías y las organizaciones de la Iglesia, cumplen una función también esencial para muchas personas en el sustento de su fe.
Es por ello que la vocación de mejorar la sociedad desde la política o la Semana Santa desde una hermandad, el deseo de pertenecer a un grupo de amigos siempre va a conllevar el riesgo de que existan desencuentros entre personas y que las decepciones, peleas o malas artes aparezcan, fruto, como decíamos, en ocasiones, de infancias tortuosas, intereses cruzados y de complejos no diagnosticados.
Sin embargo, es inevitable: si queremos vivir exentos de todo eso, tendríamos que alejarnos de la civilización como ermitaños.
Lo más importante es que el entorno no nos contamine: tener criterio propio y poder dormir con la conciencia tranquila. Y, sobre todo, rodearse de buenas personas. Personas que no sean perfectas, porque nadie lo es, pero que si se equivocan sea por un error no forzado y no por intentar hacer daño de manera deliberada.
Ojalá esta recta final de la Cuaresma, nos ayude a ser mejores y cambiar, con el ejemplo, aunque sea, nuestro entorno cercano.