Miguel Ángel Sastre - Opinión
Lo que nos queda
Cuando toda esta semana pase y nos despertemos del sueño, lo que nos quedará será únicamente eso: la vida de hermandad, que es la que ha sustentado estos dos años que, ojalá, nunca vuelvan a repetirse
Dicen que en nuestra Semana Mayor, todo empieza cuando todo acaba. La larga pero bonita espera termina cuando empieza la salida procesional, porque el fin de la Cuaresma es el inicio de la semana deseada.
Las procesiones de Semana Santa se inician cuando acaba la ... misa de palmas del Domingo de Ramos, como lo hace el cortejo de la Virgen en una hermandad, cuando los tramos de Cristo han cesado.
El Lunes Santo necesita que el Domingo acabe para poder comenzar y así sucesivamente, de la misma manera que una marcha empieza cuando otra acaba.
La Pascua y la Resurrección pueden celebrarse porque la Pasión ha acabado. Y es que, en esta semana, los recuerdos empiezan a aparecer en nuestra mente cuando las salidas procesionales terminan. Después de horas en la calle, aunque el cansancio aparezca y algunos momentos parezcan eternos, todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos. Y así vuelta a empezar cada año.
¿Y qué nos queda después? Pues, además de un mar de recuerdos, de sensaciones, emociones; además de vídeos y fotografías, nos quedan fundamentalmente dos cosas. Por un lado, a la gran mayoría le queda, después de vivir esta semana, el poso de haber crecido espiritualmente. Cada uno, a su manera, pero no hay duda de que si se vive con intensidad, una salida procesional siempre deja huella.
Por otro lado, además del aspecto espiritual que es, sin duda, el principal, vivir la Semana Santa nos deja otras muchas cosas.
Una de ellas, que sería la segunda a la que nos referíamos y de la que no se suele hablar con frecuencia, es lo que representan las cofradías desde un punto de vista humano y de crecimiento personal. Porque las hermandades son lugares de apoyo y refugio para muchas personas, donde encuentran amistades y entablan relación con otras que tienen inquietudes similares. Pero, además de esto, que es obvio, las cofradías desde un punto de vista humano son una escuela de la vida.
Quienes crecen en ellas, si las entienden correctamente, se enriquecen con valores y aptitudes esenciales para desenvolverse después en la vida: humildad, constancia, capacidad de sacrificio, gestión de emociones y de personas, capacidad de adaptación y un largo etcétera. Y todo eso aderezado con el crecimiento interior, a nivel espiritual, como comentábamos anteriormente.
Y es que las hermandades y cofradías son un ejemplo perfecto para aprender el “Ora et Labora” que predicaba San Benito de Nursia. Un lugar ideal para crecer espiritualmente pero también en aptitudes. En ellas aprendes de personas de todas las edades, de distintos ámbitos de la sociedad.
Esa heterogeneidad de la Semana Santa es uno de sus valores más preciados porque, en ciudades de tamaño no excesivamente grande como Cádiz, permite unir entorno a un mismo fin a personas de ideologías y planteamientos vitales distintos.
Por eso, ese tesoro que son nuestras hermandades y cofradías, ahora que han vuelto a su verdadera normalidad: aquella en la que lo único que impedía una salida procesional era la lluvia, debemos cuidarlo.
Debemos evitar que se conviertan en lugares de egos desmedidos y de ajuste de cuentas personales. Lugares en donde personas que necesitan reconocimiento social, lo buscan cueste lo que cueste, para poder tener su preciado minuto de gloria. Lugares, en los que la ejemplaridad brille por su ausencia.
La receta no es otra que el “Ora et Labora” como receta y como sello de los que somos cofrades. Porque cuando toda esta semana pase y nos despertemos del sueño, lo que nos quedará será únicamente eso: la vida de hermandad, que es la que ha sustentado estos dos años que, ojalá, nunca vuelvan a repetirse.