Miguel Ángel Sastre
La política del cambio y de lo sencillo
Hemos conseguido convertirnos en una de las cinco comunidades más competitivas desde el punto de vista fiscal
Imaginemos una comunidad autónoma que incumple todas las reglas de estabilidad financiera al cierre de 2018. Imaginemos que hay elecciones en diciembre de ese mismo año y que, a finales de 2019, el gobierno de esa región es el único de nuestro país que cumple ... con todos los objetivos: deuda, déficit y regla de gasto.
Supongamos que ese lugar a principios de año no tiene ni aprobado, ni proyectado ningún tipo de presupuestos. Supongamos que unos meses después, el nuevo gobierno consigue realizar y aprobar tres presupuestos: uno para 2019, otro para 2020 y una modificación por causa del Covid.
Efectivamente, eso ha ocurrido en nuestra tierra, en Andalucía. Porque donde hace tres años había caos descontrol y despilfarro, ahora hay orden, eficacia e ilusión. En diciembre, se cumplirán tres años del día en que muchas cosas empezaron a cambiar en el sur de España y este fin de semana la cabeza visible de ese cambio, Juanma Moreno, renovará en Granada el liderazgo de un partido que nunca había gobernado en Andalucía pero que, en menos de tres años y, sobre todo, en el aspecto económico y de gestión de la administración, le está dando la vuelta a esta tierra como si de un calcetín se tratara.
Y es que, uno de los pilares claves de ese cambio ha sido la pata económica, cuyas áreas son un ejemplo de que, si hay voluntad, los gobiernos de coalición pueden funcionar relativamente bien. Porque tanto el área de Hacienda como el de Economía – el primero del Partido Popular y el segundo de Ciudadanos – están siendo uno de los motores de esa nueva forma de hacer política en Andalucía. Pero, sin embargo, ha sido el área de Hacienda, con Juan Bravo a la cabeza, el que ha sentado las bases de esta transformación. Porque sin un buen abono, sin arrancar las malas hierbas y exterminar plagas existentes –como la del gasto público irracional y la corrupción– era imposible que las nuevas semillas germinasen.
Porque en Andalucía se gastaba por encima de las posibilidades de la autonomía. A parte de las conocidísimas tramas de corrupción –con gastos esperpénticos del dinero de los parados andaluces en actividades de dudosa moralidad – éramos expertos en tener que abonar cientos de millones de euros en sentencias condenatorias por demoras en el pago a proveedores. Derrochábamos, por ejemplo, en aspectos fácilmente evitables como la iluminación interior de edificios públicos en horas que no se utilizaban. Menos mal que, por aquel entonces, no estaba la luz en el precio que está ahora.
En Andalucía, se exprimía el bolsillo del ciudadano como casi en ningún lugar del resto de nuestro país. Curiosamente, a pesar de eso, no se recaudaba con eficacia y el dinero nunca era suficiente para soportar el mastodonte de cargas y cargos públicos que tenían los diferentes apéndices de los sucesivos gobiernos socialistas. Consecuencia de eso, éramos los últimos en casi todos los índices de competitividad fiscal.
Por el contrario, en el último tiempo, muchas de esas cosas han cambiado radicalmente. Andalucía es ahora la primera en creación de autónomos. También hemos conseguido convertirnos en una de las cinco comunidades más competitivas desde el punto de vista fiscal: mejores para invertir y para vivir, teniendo la posibilidad de disponer de nuestro dinero sin tener que pagar impuestos abusivos. A pesar de eso, Andalucía recauda más que antes. A pesar de eso, el gasto social en sanidad, educación y dependencia ha aumentado. A nadie le extraña, por tanto, que Andalucía, que perdía población, ahora la esté ganando.
Queda mucho por hacer, no hay duda. Sin embargo, esto es ni más ni menos, la semilla principal del cambio de Andalucía. Hacer política basada en las personas, independientemente de su color político. Buscar que cada cual pueda desarrollarse con un buen empleo, que tenga la posibilidad de emprender y de quedarse en su tierra. Que pueda confiar en su gobierno y hacer que otros que vengan de fuera también confíen. Que no se vea obligado a emigrar. En el fondo, esto también es batalla cultural, pero sin hacer ruido: cambiar algo que parecía imposible de cambiar. No era difícil, era sencillo y lo están haciendo.