Miguel Ángel Sastre
La peña, el retablo y la reja
El Cristo de la Humildad y Paciencia es una de las devociones ocultas de la ciudad de Cádiz
Los centros históricos de las ciudades de todo el mundo tienen en común una estructura similar: un conjunto de calles - algunas veces con trazado caótico, otras más ordenado - que suelen morir o nacer en plazas. Plazas representativas de un barrio y, sobre todo en los ... países con cultura mediterránea, presididas por una iglesia que les da nombre. Tanto Italia como España encarnan esta manera de entender la zona vieja de las ciudades.
Son ambos, también, países de tradiciones que se transmiten de padres a hijos y de abuelos a nietos. Una de ellas que, de alguna manera, sigue resistiendo, es la de visitar las imágenes sagradas. Conversar con ellas y contarle los problemas de cada día.
Cádiz tiene multitud de iglesias que presiden plazas y le dan nombre. Iglesias que protegen en su interior venerables imágenes que son santo y seña de nuestra ciudad. Una de éstas, situada en pleno centro de la misma, es la Iglesia de San Agustín, en la plaza que lleva, también, el nombre del santo obispo de Hipona.
Quien visita la ciudad o quien, deliberadamente, se acerca a esta iglesia puede llegar a ella por varias vías: San Francisco, Rosario, Cardenal Zapata o Rubio y Díaz. Calles que convergen en el cancel de alguna de las puertas de la parroquia que contiene al que para muchos – y según expertos – es el mejor crucificado de la cristiandad: el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, de talla anónima, pero atribuido a las mejores manos posibles. Un templo cuyos muros protegen, también, dos de las más bellas representaciones marianas con las que cuenta Cádiz: la Virgen de la Amargura y María Santísima del Mayor Dolor.
Sin embargo, el que por el motivo que sea llega a San Agustín, encuentra, habitualmente, sentado sobre una peña y bajo la hornacina de un retablo modesto pero, singular y elegante, la imagen de un Cristo humilde y paciente, de mirada perdida.
Quien lo hacía hace unos años, lo encontraba en un retablo anexo a la izquierda del altar mayor. Pero, habitualmente, una reja lo ha separado de lo humano. Una reja en la que habrá miles de plegarias depositadas. Plegarias de gaditanos, pero también de viajeros que entran por casualidad y clavan sus ojos en los de este Cristo que te atrapa cuando cruzas tu mirada con la suya.
Y es que, el Cristo de la Humildad y Paciencia es una de las devociones ocultas de la ciudad de Cádiz. Una devoción, como su propio nombre indica, que no ha hecho nunca alarde de protagonismo, o de ser algo inseparable del entendimiento de esta pintoresca “Tacita de Plata”. Pero siempre ha estado ahí. Que trajeron frailes agustinos y mercaderes vizcaínos, pero que forjaron las manos de Jacinto Pimentel en 1637. Tan única como desconocida por muchos, ha ido guiando los pasos de muchos gaditanos, entre ellos, del que escribe este artículo. Porque como suele ocurrir, con esta imagen o con la que sea, la vida de quienes somos cofrades no se entiende sin ese diálogo permanente con las imágenes que han ido marcando nuestros pasos en este mundo. Porque han sido ellas confidentes de nuestras penas y alegrías. Han sido también vínculo de unión a nuestras familias, a nuestros padres y amigos. Unión a los que ya no están y esperanza de lo que está por venir. En concreto, el Cristo de la Humildad y Paciencia, para muchos será siempre ese clavo ardiendo al que muchos nos aferramos para encontrar la templanza, la Humildad y Paciencia en momentos en los que la vida nos lleva al límite.
Por eso, en estos meses que no lo encontraremos en la iglesia de San Agustín, no solo nos faltará algo a nivel estético en el retablo que se encuentra tras la reja, sino que al no estar esa imagen de Cristo sentado sobre una peña, nos faltará un trozo de nosotros a todos los que alguna vez, a sus plantas rendidos hemos llorado nuestras culpas y problemas, buscando que por su Humildad y Paciencia, iluminase nuestras conciencias. Algo que, tarde o temprano, con su intercesión, siempre ha llegado.
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