Miguel Ángel Sastre
No nos representan
Los que somos jóvenes podemos - y debemos - decir que hay un grupo que, abiertamente, no nos representa - o no debería de hacerlo
A mediados de mayo de 2011, a escasos metros del kilómetro cero de nuestro país, un grito retumbaba sin cesar. «No nos representan» se coreaba en la madrileña Puerta del Sol.
Paradojas de la vida, algunos de los que comandaron esas protestas o más tarde ... rodearon el Congreso de los Diputados, se sientan ahora en nuestras instituciones e incluso, ocupan sillones en el Consejo de Ministros. Hasta hace poco, íntimos amigos del Alcalde de Cádiz. A pesar de todo eso, hay quien dice que España no es una democracia plena. Qué ironía.
Y aunque a una amplia parte de la sociedad no nos proporcione especial tranquilidad tener en el Gobierno o en el poder legislativo a quienes viven como ricachones burgueses mientras que incendian a las masas para retener el poder que pierden en las urnas, decir «no nos representan» sería caer en su mismo juego. Nos representan porque es lo que ha votado una parte del electorado. Esa es la letra pequeña de la democracia: que casi cualquiera puede llegar a ser representante público. La única forma de combatirlo es construir, con inteligencia, una alternativa política que los desaloje en las próximas elecciones. Todo lo demás es hablar por hablar.
Sin embargo, los que somos jóvenes podemos - y debemos - decir que hay un grupo que, abiertamente, no nos representa - o no debería de hacerlo. Y es que esa cantidad de zánganos que estos días han reventado mobiliario urbano y escaparates de negocios que ya de por si lo estaban pasando mal por causa de la pandemia, los mismos que han atacado sin piedad a policías, tendiéndoles ruines emboscadas, definitivamente, no nos representan. Son la imagen de lo que las personas jóvenes nunca debemos ser: personas violentas, llenas de odio y carentes de valores o de educación.
Y es que, partiendo de la base de que la defensa de ninguna causa en democracia justifica recurrir al vandalismo y a la violencia, aún menos sentido tiene hacerlo para pedir la liberación de un delincuente. Una persona que ha acabado en prisión no por injuriar a la Corona, como quieren hacernos creer, sino por acumular una colección de condenas que van desde amenazas a un testigo hasta el enaltecimiento del terrorismo.
Porque, a pesar de que algunos quieran hacernos comulgar con ruedas de molino, incitar a que los miembros de un partido vuelvan a recibir tiros en la nuca como en los años más duros del plomo etarra es algo que debe ser castigado de manera ejemplar. Si todos estos que hacen equilibrios para no condenar este tipo de cuestiones hubiesen sufrido el dolor de las familias de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez o de Alberto y Ascen, se morderían la lengua antes de hablar.
Por desgracia, con estos bueyes en ministerios, autonomías y ayuntamientos, tenemos que arar. Sin embargo, la juventud es quien tiene que poner el freno a esta locura. Los que colapsaron las redes sociales alertando de la llegada de un hipotético «fascismo» a nuestras instituciones deberían ahora hacer lo propio, porque algunas de las calles de nuestras ciudades se están convirtiendo en lugares sin ley y sin orden. Eso es de las peores cosas que pueden ocurrir en una democracia. Todo esto con la complicidad de algunos miembros del Gobierno y con el silencio interesado de otros.
Porque más allá del tópico de que quien no es de izquierdas a los veinte no tiene corazón - un tópico ciertamente cuestionable - hay hechos que ni quien milita en posiciones de izquierda, por muy arraigados que tenga sus postulados, puede defender y debería condenar sin tapujos.
Por eso, somos los jóvenes quienes tenemos que tomar la delantera y demostrar a la sociedad de que esos grupos de radicales con evidente falta de materia gris, no nos representan. Porque, aunque por desgracia, tengan el apoyo de algunos de quienes nos gobiernan, nunca tendrán el de la mayoría de la sociedad y, de momento, eso en una democracia como la española es lo que cuenta o, al menos, lo que debería contar.
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