Un mundo líquido
«La duda como método para construir certezas es eficaz, el problema es cuando la convertimos en la materia prima con la que conformamos nuestra realidad»
Recibir una buena noticia y saber cómo reaccionar ante ella suele ser algo agradable e incluso, en la mayoría de los casos, sencillo. En el caso de que ésta sea mala, tras el shock inicial y un periodo de caos mental que oscila según la ... persona y la gravedad de la noticia, nuestro cerebro se asienta y es capaz de emitir una respuesta coherente al problema en el que estamos inmersos. Sin embargo, casi todos los científicos que estudian cómo funcionan las conexiones neuronales coinciden en una cuestión: lo que peor llevamos es la incertidumbre. No saber si algo va a pasar o no. Vivir en un estado de duda permanente sobre cómo es la realidad en la que vivimos.
Puede parecer contradictoria esta afirmación si se compara con algún artículo que publiqué anteriormente. En absoluto. Y es que, como me dijo alguien hace unos días: «la duda como método para construir certezas es eficaz, el problema es cuando la convertimos en la materia prima con la que conformamos nuestra realidad».
Afirmar que vivimos en un mundo líquido, en el que casi todo lo que intentamos atrapar se acaba escapando de las manos, en el que las certezas están cada vez más difusas, es un ejercicio habitual cuando se reflexiona sobre la incertidumbre. Relacionarlo con la obra de Zygmunt Bauman es algo recurrente. Sin embargo, nos guste o no, si hay algo real y seguro en nuestra época es que todo cambia de forma cada vez más veloz. Que aquello que damos por hecho puede variar en el tiempo que se tarda en responder un WhatsApp o redactar un Tweet es una de las mayores realidades a las que podemos aferrarnos en nuestros días. Así lleva siendo desde hace años. No obstante, sería una necedad negar que la pandemia ha acelerado todo esto de manera exponencial. Sin ir más lejos, un mensaje que nos confirme que hemos estado en contacto con un positivo puede dar un tremendo giro a nuestra vida en menos de un segundo.
Si la familia, el trabajo o incluso el ocio y la cultura dejan de ser certezas ¿qué nos queda? Si la política, que guste o no, es el elemento que regula y organiza cómo funcionan nuestras vidas se convierte, cada vez más, en un terreno difuso en el que ni sabemos cuánto durará una legislatura, ni si se aprobarán los presupuestos ¿qué podemos hacer?. A este tiempo tan convulso se suma, además, por si fuera poco, la fragmentación excesiva de nuestro parlamento y que el Gobierno central es el más ineficiente de cuántos habíamos tenido hasta ahora.
Y si nuestra mente necesita certezas, más aún las necesita la economía. La incertidumbre espanta la inversión y sin que los negocios funcionen es muy difícil - por mucho que se empeñen algunos - que los servicios públicos dispongan de presupuesto suficiente.
Por desgracia - o por suerte, según el tema en cuestión - el mundo en el que vivieron generaciones anteriores, a pesar de que la historia, a veces, es cíclica y se repite, posiblemente no vuelva. Incluso es probable que la educación que reciben niños y jóvenes tenga que empezar a adaptarse a las demandas de nuestro tiempo: una época en la que no pisamos sobre tierra firme sino sobre arenas, en algunos casos, movedizas.
No obstante, en lo que dependa de nosotros - familia, amigos, etc - siempre es bueno que construyamos estabilidad a nuestro alrededor. Y es que, gracias a nuestro Presidente y la gran mayoría de los veintitrés ministros y ministras que forman su gabinete hay algo de lo que podemos estar seguros: si nuestro mundo, por si mismo, es incierto y complicado, ellos harán todo lo posible por complicarlo aún más y hacer que sigamos viviendo en un mar de incertidumbre y falsa propaganda que, cada vez, nos ahoga más.