Miguel Ángel Sastre
Madrid
Madrid nada tiene que envidiar al resto de Europa
Europa está repleta de capitales con encanto. Desde la emblemática Roma hasta la singular Estocolmo, pasando por el glamour de Paris. Desde la polifacética Londres hasta la vecina Lisboa, cuyas calles son pentagrama de un bello fado. Desde la Berlín del Muro y los museos ... hasta Atenas, cuna de nuestra civilización, pasando por Bruselas o por la tierra de los Strauss, la Viena imperial, o por las impresionantes Praga y Budapest.
Y ahí está también Madrid. La del siglo de oro, el chotis y los chulapos, la de la Virgen de la Paloma y San Isidro Labrador.
Aunque Madrid no sea el origen del imperio romano, tiene su propio pasado e historia. La ciudad que se levantó frente al invasor francés e inició la resistencia que triunfó en Cádiz y posibilitó la primera Constitución de 1812. Capaz de enfrentar a Neptuno y Cibeles en mil batallas que la diosa suele ganar. Madrid no es una suma de islas con nombre peculiar como Estocolmo, pero sí de barrios con identidades distintas. Poco tiene que ver Malasaña con Salamanca. Poca relación formal existe entre Moncloa y el barrio de las Letras. Casi nada en común tienen el Viso y Gran Vía, pero se complementan entre sí.
Madrid no será la capital mundial de la moda, pero las tiendas de Velázquez o Serrano compiten mano a mano con otras boutiques de París o cualquier punto de Europa. Londres será cosmopolita, abierta y transversal, pero Madrid tampoco se queda atrás. Madrid acoge y da oportunidades a todos aquellos que se lo piden. Porque para ser madrileño no hace falta nacer aquí, simplemente vivir. Porque hay madrileños de Chamberi, pero también nacidos en Toledo, Jaén, Bilbao o Valladolid. Porque en Madrid encuentras tu sitio vengas de donde vengas y seas como seas. Madrid acoge tanto que tiene al alcalde que todos quisiéramos tener, el Alcalde de España.
Madrid es luz y calles imponentes que atraviesan otras más estrechas. Madrid es flamenco pero también musicales únicos y obras de teatro que trasladan a otro tiempo. Es el rugir del Bernabéu una noche de Champions o el bullicio del Calderón, ahora trasladado al Wanda, junto a la avenida que lleva nombre de "sabio".
Si Berlín significó la caída del muro que dividía a causa de la barbarie comunista, Madrid también fue el final de una guerra entre hermanos y más tarde el epicentro de la Transición. No tendrá una isla entera de museos, pero tiene el Prado que vale por muchos. Una ciudad en la que su "Grand - Place" no huele a chocolate sino a bocadillo de calamares, pincho de tortilla y bravas. A cocido en tres vuelcos y a callos a la madrileña. Porque aquí el chocolate se toma derretido, con churros y en San Ginés. Madrid no es - ni pretende ser - ni Praga, ni Viena ni Budapest, con sus palacios y jardines; pero el Palacio Real y fuera de la almendra de la ciudad, El Pardo, el Escorial o el Palacio de Aranjuez, tampoco se quedan atrás. No era de aquí Sisi Emperatriz, pero sí Manuela Malasaña y ahora lo son mujeres con liderazgo y convicciones como Esperanza e Isabel, que también pasarán a la historia.
Madrid nada tiene que envidiar al resto de Europa. Un lugar en el que se vive bien, porque todos quieren venir aquí. Madrid es tierra de oportunidades, lugar para encontrarse, reír y para vivir. Para saborear la vida en un bar de Ponzano. Madrid es una exposición en el Círculo de Bellas Artes y disfrutar de las vistas de su terraza. Dar un paseo por el Retiro mientras la nieve empieza a caer. Es la cantidad, calidad y variedad de sus restaurantes, bares y tabernas. El dinamismo castizo de Chamberí. La elegancia de sus calles arboladas y el orgullo de ser español en la Plaza de Colón. Es decir que eres gaditano y que todos te acojan con los brazos abiertos. Madrid es descubrir el amor y olvidarlo porque en algún momento otro puede llegar.
Madrid es todo eso y mucho más. Será lo que quiera ser porque eso es lo bonito de la libertad: que no tiene límites, que no tiene barreras. Y es que Madrid, aunque a algunos les pese, efectivamente, es libertad.
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