Miguel Ángel Sastre
Gran Poder
El sábado, quien decidió ir a ver al Señor por las calles de Sevilla, lo hizo porque quiso

El sábado, Sevilla cambió la oscuridad de la “Madrugá” por la claridad del mediodía. Cambió Sevilla el silencio de la fría noche por el cálido bullicio de un sol radiante. El pasado sábado, Sevilla sustituía el olor a azahar por el crujir después de una ... pisada que producen las hojas acumuladas en el suelo tras caer de los árboles durante el avance del otoño.
No había nazarenos, no había paso de Ruiz Gijón con águilas bicéfalas pero, para Sevilla, hubo una cosa que no cambió. Sevilla no cambió su devoción por el señor, por ese que todo lo puede. Por el señor de San Lorenzo. El señor del Gran Poder.
Pero no solo fueron los sevillanos los que vivieron lo que ocurrió el sábado en la principal ciudad de Andalucía. Muchos fieles de toda España se desplazaron hasta ese punto. Algunos pudieron estar físicamente, otros, sin embargo, tuvimos que conformarnos con fotografías y vídeos para trasladarnos hasta allí, aunque fuese solo en alma y no en cuerpo.
La apertura de las puertas de la Basílica, con el Señor apareciendo bajo el dintel de la puerta, para muchos significaba el verdadero principio del fin. El comienzo del ocaso de una pandemia durante la cual muchos nos aferramos al Señor del Gran Poder en los peores momentos de ésta para que todo pasara cuanto antes.
Pero lo más bello de esa salida del sábado no fue el tiempo que llevaba Sevilla sin ver el rostro de Dios a la luz del día. Lo más bello de esa salida no fue que las nubes pareciesen reflejar y dibujar otro rostro también divino. Incluso, tampoco fue el hecho de que los cofrades, una vez más, fueran la vanguardia de la Iglesia, cumpliendo las órdenes que otros estamentos de ésta no cumplen. Y es que, parece ser que son los cofrades uno de los pocos grupos que han entendido, de verdad, lo que significa evangelizar y acercarse a "las periferias". Mientras que otros hablan y parlotean, los cofrades actúan.
Porque lo más bonito no fue la esperanza que esta visita repartió, no fueron las imágenes de personas mayores sosteniendo fotografías de seres queridos tras el alféizar de una ventana. Lo más bonito es que ese poder de convocatoria se hizo desde la libertad plena. Sin consignas políticas, sin propaganda de consultores, sin campañas diseñadas para moldear el pensamiento. En los tiempos que vivimos, profesar la fé, especialmente lo relacionado con la católica, es sinónimo de un ejercicio total de libertad. Porque ser católico, demostrarlo o ir a un evento de este tipo, muchas veces, no es políticamente correcto e, incluso, en algunos ambientes, no suele estar bien visto.
El sábado, quien decidió ir a ver al Señor por las calles de Sevilla, lo hizo porque quiso. Cada cual sabrá su motivo. Pero esas calles repletas estaban llenas de personas libres. Personas libres como las que llena las capillas del Medinaceli o el Nazareno en nuestra ciudad rogando un milagro, dando gracias o contando un problema. Ese es el verdadero Gran Poder de Dios: que te llama en libertad. Y que tú puedes decidir o no seguirlo. Si lo haces, lo harás porque quieres. Y es este Gran Poder, el que levanta y enfada a muchos de los han ostentado u ostentan los mandos de una nación. Porque saben que, en libertad, nunca jamás podrán congregar a tantas personas como las que unió ayer el Señor que, con zancada larga, reparte sosiego y tranquilidad a todo aquel que por su lado lo ve pasar. Eso es algo que ellos nunca le podrán perdonar.