Miguel Ángel Sastre
Feudos
El destino de Cádiz y de nuestro país, van a la par. Necesitan un cambio de rumbo, y volver a ser feudos de políticas enfocadas al desarrollo y no en el conformismo o las cortinas de humo
Bea Fanjul intervino en un acto el sábado en Mallorca. Entre otras muchas cosas contó que la arquitectura de esta isla y algunas partes recordaban a su pasado medieval. Una época, el medievo, en la que para defender tu reino de invasores hacía falta tener « ... feudos» que fueran infranqueables. Zonas que fuesen imposibles de derrotar y arrebatar. Si estas caían, el poder de un reino o de un imperio se desmoronaba. La analogía que hizo Fanjul era clara: indirectamente, esto es lo que le ha pasado al centroderecha de nuestro país en el último tiempo. Perdió algunos de sus feudos, significativamente los del levante español. Porque nadie puede dudar que Comunidad Valenciana y Baleares, habían tenido históricamente un perfil sociológico y político similar al de Madrid.
Sin embargo, por circunstancias del destino, ahora, tanto las islas en las que conviven playas de arena clara y aguas turquesas con otras de aspecto rojizo y el mar oscuro, así como la tierra de los arroces están en manos de la izquierda. Una izquierda que coquetea con el nacionalismo filoindependentista y partidario de la unificación de ‘Los Països Catalans’.
Por esas mismas circunstancias del destino, en ambos territorios –con gobiernos homólogos– ha habido algún escándalo relacionado con el abuso de menores tuteladas por la administración autonómica. Circunstancias que han hecho que dichos gobiernos no hagan ningún intento por solucionarlo y señalar a los presuntos culpables, más bien todo lo contrario: han decidido callar y protegerlos. A nadie se le escapa que cualquier proyecto de «reconquista» del Gobierno, pasa por apuntalar estos graneros de voto que, antaño, dieron grandes victorias electorales. Sin ellos el cambio es imposible. Partiendo de la base que, además, hay otras zonas de nuestro país como País Vasco y Cataluña, en las que la alternativa a la coalición actual que dirige el destino de nuestra querida España, se encuentra muy debilitada. Además de reconquistar feudos históricos, no hay duda de que habría que poner también atención en aquellos territorios donde el adversario se mueve como pez en el agua para que, por lo menos, no le sirvan para rearmarse con elecciones como las de febrero de 2021 en tierras catalanas.
No obstante, al igual que la historia medieval, la política es cambiante. Lo que puede parecer un territorio inexpugnable acaba no siéndolo tanto como aparentaba. El ejemplo concreto lo tenemos en Andalucía. Una tierra que parecía que nunca iba a cambiar su rumbo y, de repente, hace tres años y doce días, lo hizo. El tiempo ha hecho que ese feudo dejara de serlo, por lo que parece, durante un largo tiempo. A rey muerto, rey puesto. Nadie echa de menos lo que había, porque cuando las ventanas se abren entra aire fresco y la luz hace que muchos abran los ojos.
Pero, si hablamos de feudos, cómo no olvidar lo que fue Cádiz. Porque antes de ser lo que es ahora, poco más que un rinconcito pintoresco, que vive de las rentas de su historia y quieren que únicamente se mire el ombligo, hubo un tiempo que Cádiz pretendía ser un feudo que miraba a Iberoamérica como el punto de conexión más natural con Europa que existía. Hubo un tiempo que Cádiz fue un feudo de políticas que invertían en grandes infraestructuras para cohesionar socialmente a la ciudad y desarrollarla. Políticas que desde una institución de la ciudad como la Autoridad Portuaria se siguen intentando hacer, aunque a quien se sienta en San Juan de Dios le parezcan «anticuadas».
El destino de Cádiz y de nuestro país, van a la par. Necesitan un cambio de rumbo, y volver a ser feudos de políticas enfocadas al desarrollo y no en el conformismo o las cortinas de humo. Mientras eso no cambie nuestras expectativas quedarán reducidas, como ya escribió un compañero de columna en este periódico, a ese famoso verso del Cantar del Mío Cid: «¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si oviesse buen Señor!».
Y es que, salvo excepciones, los señores que tenemos son para desconfiar cada vez más de ellos.
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