Fe, Esperanza y Caridad
Hay quien compara esta Semana Santacon aquellas en las que ha llovido. Sinembargo, la situación no es la misma
Todo parecía en orden. El azahar floreció en su fecha. Durante los siguientes 40 días su olor se mezclaría paulatinamente con el del incienso, hasta llegar un punto en el que ambas fragancias fueran indistinguibles. Ese sería el momento. Esa sería la hora. Y no ... hay peor sensación que sentir que parece que es la hora y no lo sea. No porque falten unos días o una semana para serlo, sino, porque este año, desgraciadamente, ese momento no llegará y habrá que esperar, si Dios quiere, al menos, un año más.
Este año, las iglesias no tuvieron el bullicio del montaje de los pasos. El tiempo parece haberse parado en alguna de ellas en mitad de la Cuaresma. El Viernes de Dolores pareció un viernes más. El Sábado de Pasión careció de la emoción de la espera del día más bonito del año. La noche previa al Domingo de Ramos, fuimos infantes a los que quitan la ilusión de los Reyes Magos.
No hemos vivido, ni viviremos el momento en que nos revestimos con nuestra túnica y recorremos el camino que nos separa de la Iglesia desde la que haremos estación de penitencia. Tampoco experimentaremos los nervios previos de la salida. Ni la intimidad de rezar debajo de un antifaz. Ni acólitos, ni cargadores, ni músicos vivirán su particular forma de orar. Ni la sensación de después de la recogida. Ni el abrazo entre amigos celebrando lo vivido. Nada de eso ha pasado ni pasará este 2020.
Las prioridades del mundo terrenal hacen que este año nos hayamos quedado, por el bien de todos, sin todo ello. Cuando hablamos de sentimientos, a veces es muy difícil expresar con palabras lo que representan. Cuando se trata de relatar lo que se vive en la semana más mágica del año, es aún más difícil. Dicen que solo entiende nuestra locura, la de los cofrades, quien comparte nuestra pasión. Y que, en principio, solo entienden el vacío que sentimos en esta semana, quienes también lo están experimentando.
Lo sorprendente es que algunos de los que comparten esta pasión han reaccionado con un peculiar optimismo ante esta situación, tomándola como una oportunidad, más que como un hecho desafortunado. Según ellos, una Semana Santa sin procesiones puede significar volver al origen , a lo verdadero y a poder vivir este tiempo de manera plena.
Efectivamente, ahora mismo hay males mayores acechándonos que, además, afectan a nuestra salud física. No obstante, que este año no tengamos procesiones en la calle, no es una cuestión baladí. Hay quien compara esta Semana Santa con aquellas en las que ha llovido. Sin embargo, la situación no es la misma. Sin ir más lejos, la mitad de las cofradías no han podido ni celebrar sus cultos de cuaresmales.
Efectivamente, cada uno podemos vivir lo esencial de esta época desde casa: orar, meditar la Pasión de Cristo, rezar las estaciones del Vía Crucis, etcétera, ayudándonos, además, de las nuevas tecnologías. Pero no nos engañemos: nada es igual, aunque lo neguemos. Si lo fuese, no tendría sentido lo que hemos hecho años atrás.
En un tiempo en el que nuestro mundo ha desplazado a Dios, debemos seguir defendiendo nuestras tradiciones sin ambigüedades. Hasta el mismo Papa Francisco, así lo ha expresado: «La religiosidad popular es un tesoro que tiene nuestra Iglesia, un espacio de encuentro con Jesucristo».
Lo preocupante del mensaje de cierto sector cofrade es que, parece que el hecho de que salga una cofradía a la calle es irrelevante. Y no es así. Efectivamente, el cofrade vive su hermandad todo el año pero, no hay duda, que suele ser la salida procesional, el momento más especial. Y es que las hermandades, a través de sus cultos externos e internos, son una herramienta muy potente para cultivar y perfeccionar las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Si no pueden celebrar ni unos ni otros, hay algo que nos falta.
Una hermandad es fuente de Fe para jóvenes y mayores. Con una formación adecuada, la salida procesional es uno de los momentos en los que esa Fe se afianza de manera más sólida. ¿Qué otra celebración religiosa permite que dediquemos siete horas en exclusividad a la oración y a meditar? Como dice el Santo Padre, un espacio ideal de encuentro con Cristo y María. Pero no solo para quien está dentro la salida es esencial, sino también para quien lo vive desde fuera. Desde antes del Concilio de Trento, las cofradías han salido para manifestar públicamente su fe y acercarla al pueblo, para dar gracias o para pedir por una cuestión concreta.
También en las hermandades se desarrolla la Caridad, segunda virtud. Aprendemos a querer al prójimo. Aprendemos de él, porque las cofradías son una escuela de la vida en la que mayores enseñan a jóvenes y viceversa. Independientemente de tu profesión, de tu estatus socio-económico o cultural, siempre puedes aportar algo. Caridad que se genera también hacia fuera, ayudando a los más necesitados y siendo el sustento de muchas industrias, de las que, por cierto, pocos hablan estos días. ¿Será también una Semana Santa «plena» para aquellos que viven de la venta de flores, fabrican cera o cosen túnicas? Ni que decir tiene el impulso que produce una salida procesional para el sector servicios. No es el fin principal, pero eso también es Caridad. Y es que Cristo no solo repartía peces, sino que, también, enseñó a pescar.
Por último, la salida de cualquier hermandad es una inyección de Esperanza para todos. Cuántas oraciones, deseos y anhelos se concentran cuando una imagen recorre nuestra ciudad. Cuánta incertidumbre pensando qué nos deparará el futuro y cómo será nuestra vida la próxima vez que hagamos estación de penitencia. Pero siempre, pase lo que pase, sabemos que tendremos donde aferrarnos para confiar en que todo salga bien.
En definitiva, este tiempo que nos ha tocado vivir no es una situación usual. No es una Semana Santa lluviosa. Puede ser que, efectivamente, no sea necesario realizar ningún tipo de culto externo, ni si quiera interno en desagravio por lo sucedido. No lo sé. Pero el problema es el «no» rotundo en un ámbito como éste, en el que la verdad absoluta no existe. Cuando toda la sociedad está arrimando el hombro, los cofrades también debemos ayudar. Hay muchas formas, pero plantear la celebración de algún tipo de jornada de acción de gracia no es, ni mucho menos, un crimen, tal y como algunos afirman. Tiene, incluso, cierta lógica.
Curiosamente, pocas veces hemos tenido tanto tiempo de paz para reflexionar, pensar, y que Dios nos ilumine sobre lo que hay que hacer en este caso.
Y es que, cuando una procesión sale a la calle, no lo hacemos únicamente para nuestro gozo, sino para cumplir un servicio esencial para la sociedad: ser esa herramienta que haga que la Fe, la Esperanza y la Caridad se desarrollen en nuestro entorno. Si nosotros mismos banalizamos y quitamos importancia a nuestra forma de vivir la Fe, será muy difícil que consigamos que el resto de la sociedad nos entienda y nos respete.
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