Miguel Ángel Sastre - Opinión
La duda cartesiana
Nuestro entorno, generalmente, no fomenta el aprendizaje de dos herramientas fundamentales para poder analizar y comentar algún tema desde posiciones que tengan como objetivo la búsqueda de la verdad: la retórica y la lógica
Nuestra sociedad, a pesar de lo que predica, duda muy poco. A falta de los dogmas de Fe -sobre éstos parece ser que sí que es lícito dudar-, se nos insta a engullir propaganda en cantidades masivas intentando evitar que contrastemos o pongamos en ... cuestión la información que nos llega a través de vías afines a la ideología que impera en el Gobierno central.
No importa el tema: el que tiene una opinión sobre algo -construida usualmente a base de eslóganes- suele arrojarse el derecho a pontificar sobre esa cuestión sin demostrar la veracidad de sus afirmaciones. Consecuencia directa de ello es que, salvo en honrosas excepciones, las discusiones sobre política y sociedad entre amigos y conocidos suelen convertirse en peleas de gallinero en las que los datos, las fuentes de donde se extrae la información y las opiniones constructivas brillan por su ausencia. Por eso, no es de extrañar, que cada vez sean más quienes suelen evitar hablar de política en eventos sociales.
La razón de fondo, en parte, procede de que nuestro entorno, generalmente, no fomenta el aprendizaje de dos herramientas fundamentales para poder analizar y comentar algún tema desde posiciones que tengan como objetivo la búsqueda de la verdad: la retórica y la lógica . Un entorno que no incita a hacer deducciones racionales, que no enseña a construir argumentos, ideas y opiniones, sino que suele darnos todo precocinado para que no nos hagamos preguntas. Un entorno que premia el atrevimiento de la ignorancia, frente a la prudencia del conocimiento. Un problema que en las generaciones más jóvenes se intensifica cada vez más.
Y con la última cuestión de moda, consecuencia de la 'infoxicación' que estamos sufriendo relativo a los temas que afectan al Emérito Rey Juan Carlos I, uno asiste con perplejidad a cómo desde la inconsciente ignorancia, algunos vierten opiniones carentes de lógica y de fundamento, sin que nadie los corrija. Jóvenes y mayores, políticos, periodistas y ciudadanos de a pie, una vez más, nos demuestran que, por lo general, en nuestra sociedad no se debate para buscar soluciones, sino que se discute para imponer criterios, que generalmente casan con lo que interesa al poder mediático.
Aquellos que estos últimos días se han rasgado las vestiduras pidiendo que es el momento de que se abra el debate sobre un cambio en la Jefatura de Estado parecen desconocer que, según lo recogido en nuestra Constitución, indirectamente, cada vez que votamos en unas elecciones a Cortes Generales estamos ratificando a la monarquía, porque son el Congreso y el Senado , los que con una mayoría cualificada podrían impulsar, en un momento dado, esta cuestión.
Los que vociferan todo esto dejan entrever que obvian el debate de fondo, buscando únicamente la imposición ideológica. Pocos, aún pudiendo ser republicanos, caen en la cuenta de que en un país tan polarizado ideológicamente como España que la jefatura del Estado también estuviera politizada sería tremendamente negativo para el interés de todos. Un ejercicio mental que sí que se hizo en tiempos de la Transición.
En disciplinas que no son exactas, como ocurre con la política y la sociología, que algo sea más o menos adecuado depende del contexto y del momento en el que nos encontremos. La historia de nuestro país nos ha demostrado que cada vez que la República se ha impuesto como solución a un periodo convulso , el resultado ha sido desastroso. Si, una vez más, no analizamos el contexto y no aprendemos a dudar de la propaganda y los cantos de sirenas que nos asedian, volveremos a cometer los mismos errores del pasado. Y las consecuencias, una vez más, serán nefastas.
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