El dolor cervical

Puede que el dolor cervical un día sea tan intenso que nunca más volvamos a levantar la cabeza y estemos, sin saberlo, avanzando hacia un precipicio

Tomando "emprestada" la metáfora de alguien que para este tipo de comparaciones tenía una gran destreza, podemos afirmar que el dolor cervical es, sin duda, uno de los mayores males que padece nuestra sociedad . Aunque parecía que habíamos dejado atrás los achaques del ... s.XIX y principios del XX, el s.XXI lleva tiempo arrastrando una epidemia de esta patología.

Este dolor no es fruto del exceso de trabajo ni de una cuestión postural, sino resultado de la costumbre que tienen, principalmente, algunas zonas de nuestro globo terráqueo, de estar constantemente mirándose su propio ombligo. El problema es que este mal se extiende cada vez más rápidamente y que se trasvasa de organismo a organismo. Un mal derivado de la búsqueda desesperada de la diferencia para conseguir algún tipo de privilegio, un mal consecuencia, a veces, del complejo de inferioridad. Un mal que se llama "chauvinismo" y que tiene su repercusión política en forma de nacionalismo.

Su funcionamiento se asemeja al juego de las muñecas rusas. Y ese es su problema: puede llegar a no tener fin. El nacionalismo se convierte en regionalismo, el regionalismo en municipalismo y así sucesivamente.

Habrá quien quiera declarar un estado independiente en lo que no era más que un condado con cultura propia pero de tradición latina. Una tierra que antaño fue adalid de la seriedad y del trabajo bien hecho. Habrá zonas colindantes que también quieran creerse esta forma de retorcer la historia y sumarse a una causa de la que nunca serán beneficiarias.

Puede que, algunos, por desconocimiento, aplaudan las muestras de hipocresía desde la tribuna del Congreso de los Diputados de un partido cuya tradición, origen e ideario se sustenta sobre los delirios nacidos bajo la chapela de uno de los personajes más siniestros de la tradición política española.

Habrá quien crea que el victimismo y la reivindicación de una tradición cantonal que no duró más de dos semanas, frente a entes supramunicipales, sea la solución para una ciudad que se hunde, cada vez más, en su propia desidia.

Puede que algunos se consideren progresistas por asumir este tipo de teorías. Nada más lejos de la realidad.

El problema, como decía al principio, no es exclusivo de España. Se extiende por Europa y está alcanzando el carácter de pandemia.

Reivindicar nuestro pasado, conocer y defender nuestra cultura es una obligación de todos, pero como algo que sirva para sumar y no para restar. Y es que, podemos llegar a un punto en el que una ciudad, en base a criterios aparentemente lógicos, se fragmente en barrios e incluso, en el máximo exponente de lo absurdo, haya quien reclame el derecho a declarar la república independiente de su calle, casa o incluso la de su habitación.

Siempre encontraremos un argumento al que poder aferrarnos para considerarnos diferentes de lo que nos rodea. Siempre encontraremos una excusa para estar, eternamente, mirando nuestro ombligo. Pero puede que el dolor cervical un día sea tan intenso que nunca más volvamos a levantar la cabeza y estemos, sin saberlo, avanzando hacia un precipicio.

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