Miguel Ángel Sastre
El deshielo que comienza
El invierno y el hielo, al final, siempre desaparecen y la belleza de la vida termina aflorando
Una de las sagas que marcaron la infancia de mi generación fue "Las Crónicas de Narnia". En su libro "El León, la Bruja y el Armario", llevado al cine como película, uno de los momentos claves era cuando, tras un largo periodo de glaciación el ... hielo comenzaba a derretirse, el sol salía y la naturaleza empezaba a despertar, llenándose el paisaje de flores y vegetación de una enorme belleza. Era el símbolo de que después de la tempestad, venía la calma. Después de la oscuridad, venía la luz.
Esa misma idea, la de un tiempo convulso que acaba en una nueva era de paz es muy habitual en el cine. Y es, también, lo que como católicos celebramos en el tiempo de la Pascua de Resurrección. Porque después del sufrimiento de la Pasión de Cristo, de que el cielo se rasgase y que la tierra temblase, la paz llegó a nosotros. La piedra del sepulcro de desplazó y la luz se hizo.
La Semana Santa que hemos vivido, más allá de la contradicción de no haber tenido ningún acto público de fe en la calle, parece haber sido algo así como una época de deshielo después del frío invierno de restricciones y cierres. Es cierto que en esta travesía larga hemos vivido oasis, pero por fin empieza a parecer que el camino empezará a ser lineal y dejará de estar repleto de senderos de retroceso.
Estos días muchos de los negocios que cerraron comienzan a reabrir. De hecho, algunos de los locales vacíos en las ciudades empiezan a lucir carteles en los que pone "Próxima Apertura", anunciando futuros negocios. Un fenómeno que está llegando, incluso, a nuestra aletargada ciudad.
Ahora bien, igual que en el cine o en la literatura, la calma llega cuando se ha vencido al enemigo, igual que en nuestra Fe, la Resurrección y, por ende, que la luz se imponga sobre las tinieblas, son consecuencia de haber vencido al pecado y a la muerte. Que este deshielo no revierta será sinónimo de que el virus siga siendo controlado.
Todo parece indicar que en unos días, aproximadamente unos diez, veremos un repunte significativo en los contagios y por extensión - esperemos que no sea así - en el número de ingresos y fallecimientos. Habrá quien, incluso, si estos se concentran en zonas cercanas a la capital de España, los use para hacer campaña electoral contra la Comunidad de Madrid.
Si la situación otra vez se agrava, empezaremos a dar pasos hacia atrás y la luz volverá a convertirse, de nuevo, en oscuridad. La precaución personal, pero también que el Gobierno central distribuya eficazmente las vacunas y presione a la Unión Europea para que aumente el número de dosis enviadas a cada país, son vitales para que los peores meses de la pandemia no vuelvan a repetirse.
Ciudades como Cádiz corren el riesgo de no levantar cabeza y continuar tristes, apagadas y desoladas como ha ocurrido en las tardes de los últimos meses. Este tiempo de primavera y verano deberían representar un impulso ideal para que la ciudad vuelva a tener el pulso que ha perdido estos años y que con la pandemia ha caído en picado. Si nuestro equipo de Gobierno municipal, más preocupado en pedir perdón cada vez que el Alcalde o alguno de sus concejales - ya reincidentes - se saltan las medidas de distancia y seguridad en una terraza que en desarrollar un plan de reactivación de la ciudad, se interesaran por ver cómo Cádiz puede aprovechar esta inercia para que cuando acabe el verano no empiece de nuevo la ciudad a "helarse", sería un detalle por su parte. Posiblemente les cause demasiado trabajo y no les merezca la pena.
Por eso, más allá de restricciones y de políticos que no cumplen su función, hay algo que en estas fechas siempre podremos tomar como motivo de alegría y esperanza. Y es que, los que tenemos fe, siempre podremos decir que Cristo ha resucitado y que la luz venció a las tinieblas. Dicho de otro modo, que el invierno y el hielo, al final, siempre desaparecen y la belleza de la vida termina aflorando.