Miguel Ángel Sastre

¿Cuánto queda?

El ser humano acaba encajando los golpes que le da la vida. Sin embargo, la incertidumbre es lo que peor soporta

Miguel Ángel Sastre

Todos hemos sido niños y preguntado alguna vez en un viaje o en una larga caminata ¿cuánto queda? o ¿falta mucho? Y es que, cuando algo se hacía eterno y parecíamos no avanzar, mientras que el cansancio empezaba a crecer, acabábamos haciendo esa pregunta. Incluso, ... cuando habíamos obtenido respuesta, volvíamos a repreguntar a los pocos instantes, creyendo que, si íbamos obteniendo información continuada, nuestro destino u objetivo llegaría antes.

Esa búsqueda era una respuesta instintiva a una de las sensaciones que mayor ansiedad producen: la incertidumbre. No saber ni el qué, ni el cuánto, ni el cuándo, ni el cómo de algo. Porque, el ser humano acaba encajando los golpes que le da la vida. Sin embargo, la incertidumbre es lo que peor soporta.

Los indicadores relacionados con la salud mental en nuestro país en los últimos dos años se han disparado negativamente. En España cada vez hay más personas que tienen ansiedad y depresión. Muchos de esos problemas, como sabemos, han venido a raíz de la pandemia.

Sin analizar la falta de efectivos y conocimiento sobre estos temas que tiene nuestro sistema sanitario, sin analizar la debilidad, en muchas ocasiones, de nuestras mentes, hábiles en ahogarse en un vaso de agua y sin incidir en que una sociedad que obvia la fe suele perder todo tipo de esperanza para salir del pozo; no hay duda de que la pandemia ha destrozado psicológicamente a parte de la población.

Porque, desde el comienzo, se nos ha tratado como seres inmaduros, con medias verdades y alguna que otra mentira. Todo comenzó con la ocultación de datos en enero y febrero de 2020, para llegar al 8M y poder celebrar la manifestación propagandística a favor de los intereses ideológicos del Gobierno central. Nadie sabía a lo que se enfrentaba. A partir de ahí, como si de una película de ciencia ficción se tratase, una semana después estábamos encerrados en nuestras casas, en teoría, por 14 días, que se convirtieron en tres meses. Y es que, el confinamiento domiciliario impuesto se iba prorrogando sin fecha de fin.

Salvando la situación nacional de fallecimientos por centenas, el desastre económico y el miedo general a contagiarse, hay algunos que, afirman, que hasta lo pasaron de manera “amena”. Sin embargo, el no saber cuándo acabaría todo, es lo que ha provocado este desgaste general.

Entonces, llegó la nueva normalidad: cierres perimetrales, actividades permitidas que, paradójicamente, eran más peligrosas que otras prohibidas. Era la época de los rastreadores y el “autoconfinamiento” tras un test o contacto estrecho. Y nos pusieron la zanahoria: la vacunación. Con un 90%, prácticamente, de la población vacunada, estamos sumidos otra vez en un tiempo de incertidumbre, contagios masivos y, curiosamente, a pesar de estar “inmunizados”, nuestra vida sigue viéndose condicionada por este virus que no desaparece. Hay quienes se quejan de mostrar sus datos en el certificado de vacunación para acceder a un local pero, más allá de la inseguridad – al poder fallar el lector - o de la brecha digital generada, lo que sigue sin tener ningún tipo de sentido es que se mantengan, prácticamente, los mismos protocolos de confinamiento para una persona vacunada y con un test negativo que para una que no lo esté. Lo que no tiene sentido es que sigamos estigmatizando a alguien que se ha contagiado como si tuviera la lepra, cuando algo así nunca ha ocurrido con enfermedades – ahora ya similares – como la gripe.

La economía no aguantará otra ola y psicológicamente muchos tampoco lo soportarán. Decidir en libertad significa tener pleno conocimiento de la situación pero seguimos a ciegas, haciendo actividades que no sabemos si son peligrosas o no. Nadie cuenta la verdad sobre la gravedad del enemigo que tenemos.

La ciencia necesita ir despacio, pero la población necesita respuestas y los gobiernos deberían canalizar la información de la manera más sincera posible, aunque sea duro saberla. Mientras que no tengamos respuestas, nuestra vida siga estando condicionada, llena de prohibiciones y exigencias contradictorias, sin coherencia aparente. Mientras sigan engañándonos con el final del túnel es lógico que no paremos de preguntar aquello que preguntábamos de pequeños con frecuencia: ¿cuánto queda?

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