Contemporaneidad medieval
«Más de medio milenio después, y a pesar de todos los avances que la ciencia ha conseguido, nuestra única tabla de salvación es volver a restringir uno de nuestros derechos esenciales»
Tanto Ortega y Gasset como Georgio Agamben afirmaban que ser «contemporáneo» requería entender bien el tiempo en el que vivíamos y actuar conforme a lo que demandaba nuestra sociedad. El 2020 nos ha impuesto como condición que convivamos con la Covid-19, exigiendo que reduzcamos ... las salidas innecesarias y limitemos el contacto con otras personas.
Curiosamente, si analizamos lo que ocurrió hace un siglo - la «pandemia de gripe de 1918» - veremos que el tiempo de nuestros antepasados también les exigió una circunstancia similar; teniendo, por aquel entonces, que «confinarse». De hecho, las zonas que aplicaron con más contundencia medidas de este tipo fueron las que frenaron mejor esa pandemia, recuperando antes su economía. Mirando más atrás aun y fijándonos en la epidemia de peste que asoló Europa en 1678 u otras anteriores, comprobaremos que también fueron las medidas de aislamiento selectivo y de cuarentena - además de, como cuenta la tradición, la intercesión de Jesús Nazareno en la ciudad de Cádiz - las que acabaron con las lúgubres imágenes de arrabales de decenas de poblaciones con cadáveres amontonados. Estrategia, además, ya utilizada en la Edad Media.
Más de medio milenio después, y a pesar de todos los avances que la ciencia ha conseguido, nuestra única tabla de salvación para evitar tener que transformar, de nuevo, espacios recreativos en tétricas morgues es volver a restringir uno de nuestros derechos esenciales: la libertad de movimiento. Una tabla de salvación llena de astillas en forma de secuelas económicas y psicológicas.
Mientras esperamos a que la vacuna caiga del cielo, parecemos conformarnos con el «confinamiento de brocha gorda» como única solución. Pero, desgraciadamente, a diferencia de lo que ocurría tiempo atrás, esa estrategia, en un mundo tan globalizado como el actual, es únicamente un parche temporal que no consigue cerrar una herida que cada vez supura más.
Hay quien asume con ceguera estas medidas, creyendo que, únicamente, tienen como objetivo preservar nuestra salud. Sin embargo, ¿tiene algo que ver la salud con permitir que el Gobierno español esté casi medio año, prácticamente, sin control parlamentario? ¿Tiene algo que ver «aplanar la curva» con aprovechar el estado de alarma para nombrar multitud de cargos a dedo e introducir a Iglesias en los órganos de control del CNI?
Ahora, más que nunca, los recursos públicos tienen que optimizarse. En cambio, nuestro «socioprogresista» batallón de ministros aprueba subirse el sueldo. A la vez, los Presupuestos Generales del Estado contemplan incrementos importantes en la financiación de ministerios que poco tienen que ver en el combate de la pandemia. En cambio, la inversión en investigación y tecnologías de rastreo y detección - la estrategia, según muchos expertos, más eficaz para frenar el virus -, comparativamente, aumenta de forma ridícula. El apoyo a los negocios se hace, únicamente, en forma de subsidios y no como un estímulo para mejorar la competitividad de los mismos. ¿No sería más eficaz invertir en sistemas de renovación de aire, medidas de seguridad o en habilitar espacios exteriores en los negocios?
Puede que no tengamos otra opción y por la falta de iniciativa de quienes tienen la situación en sus manos, nuestro tiempo nos pida otra vez encerrarnos para salvar vidas. Sin embargo, a diferencia del pasado, nuestro tiempo también debería implorarnos exigir a quienes deciden por nosotros que innoven, que no se conformen con estrategias rudimentarias y que no se limiten a combatir un problema del s.XXI con herramientas del medievo. Y es que, a veces, parece que algunos creen que con una catapulta de madera podemos ganar una guerra en la que el enemigo combate con armamento nuclear.
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