¡Cómo no te voy a querer!
El Madrid ha dado en esta Champions un ejemplo de eficacia, pragmatismo, construcción derelato épico y de batalla cultural frente a sus detractores
Aunque estemos ya a martes, la marejada que ha dejado la victoria del Real Madrid, con su décimocuarta Copa de Europa, aún se nota. De ese triunfo se han sacado muchas enseñanzas comentadas en los últimos días y que, básicamente, se resumen en cuatro ideas.
La primera, antes de entrar en lo futbolístico es que Francia, más allá de la pompa y la propaganda fatua que desprende Macron, evidencia problemas de seguridad e integración social y que está cada vez menos capacitada para la organización de este tipo de eventos. Veremos a ver cómo hace frente a las próximas citas que le vienen.
La segunda, ya entrando en materia, es que la fe mueve montañas. Luchar hasta el final, tener alma propia y sentir con pasión lo que haces, así como creer que levantarse de la lona es posible cuando todo parece difícil, suele premiarse. El Cádiz CF esta temporada ha sido también un ejemplo de eso. Si, además, combinas esa fe con una calidad suprema, el resultado suele ser óptimo.
La tercera, derivada de lo anterior y a la que aludía en una pasada columna llamada ‘Coaches’, que las personas tienen un papel fundamental en cualquier proyecto. Esta gesta habría sido difícil de conseguir con otro grupo de jugadores. Pero, sobre todo, con otro ambiente en el vestuario. La unidad, el compañerismo, la gestión de egos y el hacer piña, son fundamentales para conseguir logros. Para eso, el director de orquesta tiene un papel esencial. Carlo Ancelotti, al igual que lo hizo Zidane, lo ha logrado. Un duro golpe para todos aquellos que creen que los equipos, sea en el fútbol o en otros ámbitos, se optimizan dividiendo y generando conflictos.
La cuarta y no menos importante es que el fútbol por encima del dinero y el espectáculo, por encima de la euforia que despierta, tiene un valor precioso: congregar a la familia. Todos los clubes lo representan, pero el Madrid, por historia y su condición de símbolo internacional, aún más. Porque el madridismo, al igual que el «cadismo» y otras aficiones, se transmiten de generación en generación.
Pero, a parte de todo lo anterior, esta victoria ha conseguido dos cosas más. Por un lado, el triunfo del fútbol de socios frente a los clubes estado y frente a instituciones supranacionales naftalinadas. Por otro, la ruptura de muchos complejos y clichés con los que cargaba el madridismo en el último tiempo.
Porque al Madrid se le acusaba de ser un club impersonal y que solo basaba su equipo en grandes fichajes. Naturalmente los ha habido, pero, sin embargo, la mayoría de esos jugadores que han ganado, han explotado jugando en este equipo. Jugadores que han madurado emocionalmente en Valdedebas. También, el madridismo, tenía que cargar con la cruz de que los árbitros y que los sorteos le favorecían. Goles injustamente anulados y el cuadro de rivales más difíciles, han tumbado ese relato. Porque, aunque el Madrid, ha sido en el último tiempo el mejor equipo del mundo en el siglo XX y va camino de serlo en el XXI, muchos madridistas estaban acomplejados por su afición. Ser del Madrid parece fácil por su grandeza, pero muchas veces se piensa que quienes son seguidores de este equipo lo hacen únicamente por apuntarse a caballo ganador. Nada más lejos de la realidad. El madridismo se hace por tradición familiar, por el gusto por la épica, la magia y lo sobrenatural. El madridismo es gusto por la excelencia y el honor.
El Real Madrid ha dado en esta Champions League un ejemplo de eficacia, pragmatismo, construcción de relato épico y de batalla cultural frente a sus detractores.
Por eso, como dice el cántico, «¡Cómo no te voy a querer!», no solo por ser campeón de Europa una y otra vez, si no por enseñarnos a todos una forma única de encarar la vida y vencer. Una enseñanzaexportable a multitud de situaciones de nuestro día a día.