Celebrar la vida. Celebrar la Navidad.
El sentido de la Navidad es celebrar un nacimiento: el de Jesús, para los cristianos el Hijo de Dios
Hace unos días y, posiblemente, para evitar decir la palabra 'Navidad', nuestro presidente 'cum laude', calificó estas fechas como las 'Fiestas del afecto'.
Más allá del trasfondo ideológico de ese apelativo, consecuencia de la obsesión de cierto sector del progresismo por borrar de la memoria ... toda huella cristiana y los valores que han construido la sociedad occidental y, más allá de la acertada, valiente y argumentada reprimenda que se llevó por parte del líder de la oposición, puestos a renombrar la Navidad, Pedro Sánchez, podría haberla calificado como la fiesta de la «vida».
Porque, ni más ni menos, el sentido de la Navidad es ese: celebrar un nacimiento, el de Jesús, para los cristianos el Hijo de Dios. Y su celebración es, por tanto, celebrar la vida, porque significa conmemorar el inicio de ésta. Sin embargo, parece que para quienes componen el Ejecutivo central y quienes desde fuera los sostienen, la palabra "vida", a veces, no encaja con sus intereses políticos. De ese razonamiento se derivan dos ideas sobre las que deberíamos reflexionar en estas fiestas:
- La primera y más inmediata sería pensar si en este combate que estamos viviendo, ponderando economía y salud, quienes nos gobiernan se han dado cuenta que sin actividad económica muchas vidas se hunden y entran en el terreno del desánimo y en situaciones en las que es, prácticamente, imposible cubrir nuestras necesidades básicas. Las comunidades autónomas están, en su mayoría, haciendo lo que pueden, sin embargo ¿podríamos decir lo mismo del Gobierno central? ¿Qué ayudas, beneficios reales y planes de impulso están teniendo las PYMES, motor de nuestro país, para salir adelante? ¿Cuántas vidas activas perderá nuestro país, abocándolas a depender de la caridad? ¿Servirá el reparto de los fondos europeos, orquestado por Moncloa, para intentar salvarlas? Mucho me temo que no.
- Lo segundo y no menos importante, analizar si realmente debemos celebrar con la efusividad que se hizo el otro día en el parlamento, leyes que favorecen sociedades frías y sin alma. La ley de eutanasia, aprobada con sorprendente rapidez en el Congreso de los Diputados, además de no contar con la opinión de voces autorizadas y de elaborarse sin existir ninguna otra que garantice el acceso universal a los cuidados paliativos, es un ejemplo más de esa reflexión que debemos hacer como sociedad. No hay duda de que ninguna persona merece sufrir, pero debería llamarnos la atención que en una sociedad tecnológica y socialmente tan avanzada, la única salida a situaciones de sufrimiento sea apostar por la muerte. La eutanasia y el aborto, más allá de las creencias propias de cada uno y del debate sobre su penalización o despenalización, deberían hacernos pensar que los estados, quizás, no estén poniendo todos los recursos, esfuerzos e imaginación necesarios para garantizar con dignidad el derecho primero y fundamental que tiene un ser humano por el mero hecho de ser persona: el derecho a la vida.
Estas Navidades, para conmemorar y celebrar la vida, por desgracia y paradójicamente, tendremos que dejar de celebrar los días señalados como solíamos hacerlo. Sin embargo, permanecerán los valores de nuestra civilización que intrínsecamente celebramos en Navidad y que se han forjado a lo largo de varios siglos: respeto a la dignidad humana, el amor a la vida y a la familia y la defensa de la libertad plena en todas sus facetas, así como de la propiedad conseguida a través de un trabajo digno y el esfuerzo diario. Estos valores son los que han hecho que la sociedad occidental avance y alcance las cotas de bienestar que ahora tiene y que la pandemia ha puesto en «cuarentena».
Por eso, en estas fechas, este año, más que nunca, tenemos que reflexionar sobre ellos, porque únicamente con esos propósitos saldremos de esta pandemia. Así que, otro año más, celebremos la vida. Celebremos la Navidad. ¡Feliz Navidad a todos!
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