LA TRIBUNA
Carbón y diamantes
El carbón y los diamantes, en su composición, son muy similares, prácticamente idénticos. La diferencia está en las conexiones producidas entre sus estructuras atómicas
El año pasado la publicación de esta tribuna coincidía con la fiesta de los Reyes Magos. Por eso, decidí titularla ‘Oro, incienso y mirra’. Esos tres regalos que los ‘Magos de Oriente’ llevaron a Dios recién nacido en el pesebre eran una metáfora de lo ... que nuestra sociedad necesitaba para el comienzo del 2020 y de una década ya incierta antes de la pandemia: la riqueza simbolizada por el oro, el valor del esfuerzo y del sacrificio representados por el incienso y el deseo de una sociedad más humana encarnada en la mirra.
Sin embargo, debemos haber sido tremendamente malos porque en vez de esos tres obsequios, el 2020 nos envió toneladas de carbón. Toneladas que, en España, ya en enero, comenzaron a dejar su huella en forma de Gobierno de coalición. Y si el año empezaba con mal pie, a partir de marzo, una partícula de menos de 140 nanómetros (nm) cambiaría nuestra forma de entender la vida.
Casi dos millones de muertos mundiales de los cuales aún no sabemos, realmente, cuántos corresponden a España. El Gobierno reconoce 50.000, otros organismos oficiales apuntan a 80.000. Ese es el peor carbón que nos ha dejado esta pandemia: los fallecidos. Familias rotas, dramas y secuelas que no revertirán. Miles de sillas vacías estas Navidades, no por las restricciones, sino por algo mucho peor. Muchos inconscientes no han comprendido que este virus mata sin piedad, con un patrón más o menos claro: atacar a los más mayores. Pero hay veces que ese criterio cambia y como si de una ruleta rusa se tratase, la próxima víctima podemos ser nosotros. Aun así muchos siguen arriesgando sus vidas y las de los demás.
Sin embargo, la economía también nos ha dejado montañas de carbón. La hostelería, el ocio y el comercio minorista han sido los sectores más afectados, pero todos lo han notado. Franquicias que han cerrado sus tiendas en ciudades importantes, concentrándolas en grandes superficies comerciales y negocios arraigados que han quebrado. Un bucle negativo que ha perjudicado, como no podía ser de otra forma, al que fue el sector más castigado en la crisis anterior: la construcción. Ese del que nadie se acuerda en las ayudas, del que nadie se apiada porque parece estar maldito. Curiosamente, los políticos que más lo criminalizan acaban comprándose mansiones cercanas al millón de euros. Mientras que la primera de las desgracias parece que, tarde o temprano, revertirá gracias a la vacuna, los economistas dudan si saldremos de esta situación. Con ayudas que no llegan adecuadamente y que previsiblemente se repartirán ineficientemente, el horizonte se adivina negro –por continuar la metáfora– como el carbón.
Pero, también, las mentes de muchos de nuestros allegados han sufrido una intoxicación por el humo de la combustión de este mineral. Las restricciones y confinamientos, el fallecimiento o enfermedad de algún ser querido, el no poder verlos en sus últimos momentos, la soledad, el miedo a contagiarse, la pérdida de empleo o la ruina económica del negocio familiar han supuesto golpes psicológicos irreparables para miles de personas. La pandemia de la mente, sumada a la sanitaria y la económica ha sido la tercera tragedia que nos ha asolado en este año.
Sin embargo, el carbón y los diamantes, en su composición, son muy similares, prácticamente idénticos. La diferencia está en las conexiones producidas entre sus estructuras atómicas. Algo tremendamente simbólico, porque el año anterior, efectivamente, no nos trajo ni oro, incienso, ni mirra; pero, quizás, del negro y sucio carbón, el 2020 nos haya enseñado a sacar algún que otro diamante.
Es muy difícil decirle a quien ha perdido a un familiar, amigo cercano o quien ha perdido su empleo o negocio que todo ocurre por algo. A pesar de eso, resignarse a morir enterrado en esta montaña negra, nos habría hecho convertir el mundo en un lugar inhóspito, frío y en el que no merece la pena vivir. Por suerte, y a pesar de todo, no ha sido del todo así.
2020 nos ha enseñado que, a pesar de todo, merece la pena seguir viviendo. Además de aprender que salud y economía van de la mano, que son como respirar y comer, hemos aprendido multitud de enseñanzas más, que a todos deberían hacernos valorar mucho más lo que tenemos.
En primer lugar, 2020 nos enseñó, con el confinamiento, el valor del hogar y de potenciar la comunicación y el afecto con nuestros seres queridos en nuestras casas. Nos enseñó que sin salir podemos hacer infinidad de cosas. También 2020, aunque a veces echemos de menos vivir la noche en la calle, nos enseñó, sobre todo a los más jóvenes, que los planes entre amigos también pueden hacerse a la luz del día, con control y con responsabilidad, pero con el mismo afecto, diversión y ganas de siempre. Ese ha sido uno de los diamantes más preciados que hemos encontrado en este año y que muchos de nuestros padres parecen agradecer.
Pero más allá de lo cotidiano, 2020 ha revolucionado nuestra forma de trabajar, aprender y de entender la tecnología. Si algo bueno tienen los periodos bélicos es que aportan multitud de avances tecnológicos. Esta guerra contra el virus ha implantado el teletrabajo y ha posibilitado que algunos negocios se reinventen.
Este año nos ha servido también para descubrir que, a pesar de que algunos políticos hagan honor a la mala fama que los caracteriza, también existen otros que trabajan sin descanso. Que tenemos políticos en nuestro país que, además de ser honrados, buenos gestores y tener una excelente preparación, cuentan con la empatía y el carisma necesarios para gobernar, a pesar de las adversidades. La pandemia nos ha dejado figuras políticas inmensas, hasta hace poco, desconocidas.
Igualmente, también, cada uno de nosotros hemos descubierto que, a pesar de que haya una pandemia mundial, el mundo sigue y podemos crecer a nivel académico, profesional y laboral si así deseamos. Hay quienes han acabado sus estudios durante esta pandemia, quienes han empezado a trabajar por primera vez y quienes, incluso, han ascendido. Hay quienes han encontrado pareja, se han casado o han sido padres.
Por eso, entre toda esta esta nube de carbón que pareció comenzar a invadirnos cuando nos comíamos la última uva que, al compás del reloj de la Puerta del Sol, marcaba el comienzo del 2020, hemos visto que oculta traía más de un diamante.
En definitiva, 2020 nos ha enseñado, por encima de todo, que la vida no es de color de rosas, algo que deberíamos saber ya, pero que nuestra sociedad quería olvidar. Sin embargo, nos ha dado la oportunidad de aprender que, a pesar de las dificultades, hay cosas que siempre están ahí y por las que merece la pena vivir. Una enseñanza y una forma de encarar la vida que nació, también, en el portal de Belén y que muchos habían olvidado. Confiemos en que este 2021 no nos ponga pruebas de tanta dureza y que, al menos, lo aprendido, nos sirva para próximas ocasiones. Que aprendamos a ver diamantes donde otros ven carbón.