Miguel Ángel Sastre
Cádiz de mis entretelas
«Las ciudades, como organismos vivos que son, están en constante cambio y evolución. Cambios que, a veces, mejoran su funcionamiento y otras lo empeoran. El Cádiz de nuestras entretelas es ese Cádiz íntimo donde cada uno tenemos recuerdos y vivencias que, conforme hemos ido creciendo, guardamos en nuestra retina.
El Cádiz de nuestros recuerdos de la infancia, juventud y madurez. Para los mayores el de las casetas en la playa, el Cortijo los Rosales, la Camelia, el pollo con "manteca colorá" de los Camarotes, el Barril, las Pérgolas y los bailes del Falla. ... El Cádiz de los cines, el de Simago y Soriano, Moral o el Bazar España. El de Solves y Tosso. El del Parador antiguo y el Balneario de la Palma. El de un solo puente. El de la ciudad dividida por el trazado del tren.
Para los más jóvenes, el Cádiz de las barbacoas del Trofeo Carranza - espero no infringir ninguna ley por llamarlo así - que degeneraban en un "basuriento" botellón. Cádiz de la tienda del Millonario. El de McDonald's y Burger King. El de los 100 Montaditos y las tiendas la Barraca. El de las finales del Falla televisadas por Canal Sur, día de encuentro entre amigos. El Cádiz de El Corte Inglés y los cines en 3D que, afortunadamente, conviven con Multicines El Centro. Cádiz de las franquicias que fueron ganándole la batalla al comercio local, en la que tiendas como El Siglo resistieron hasta el final. Contienda en la que negocios como la Manzanilla, Los Italianos, Prim, Maype o Casa Hidalgo, entre otros, aún resisten. Ese Cádiz del Hotel Las Cortes o del Hotel Playa Victoria, que ojalá pronto pueda retomar su actividad. El Cádiz del resto de hoteles y de los que vendrán. El de los dos puentes y el ejemplar soterramiento que nos unió.
Las ciudades , como organismos vivos que son, están en constante cambio y evolución . Cambios que, a veces, mejoran su funcionamiento y otras lo empeoran. El Cádiz de nuestras entretelas es ese Cádiz íntimo donde cada uno tenemos recuerdos y vivencias que, conforme hemos ido creciendo, guardamos en nuestra retina. Un Cádiz que, como es ley de vida, ha cambiado. Sin embargo, pasear por calles como Columela, hasta hace poco centro neurálgico de la actividad comercial de la ciudad y ver cómo los comercios - franquicias incluidas - caen como fichas de dominó, debería encender todas las alarmas. No es un cambio generacional lo que está variando la ciudad. Esta vez no habrá nuevas aperturas. Estamos en un momento crítico y algunos parecen no verlo. Siendo honestos, algo extensible a otras ciudades de España, Europa y el mundo.
Sin embargo, lo preocupante del caso de Cádiz no es caer, sino poder levantarnos. Y lo más importante: si hay alguien que, tirando de nosotros, nos ayude a ponernos en pie.
Y es que mientras que el Alcalde - de baja - sigue dedicándose a su única actividad conocida en los últimos cinco años - las redes sociales -, quiénes han quedado al cargo perpetran el golpe definitivo a la búsqueda de aparcamiento en la ciudad. Al mismo tiempo, quiénes por comodidad los sostienen al frente del consistorio, creen que la solución pasa por convertir nuestra ciudad en la Lovaina universitaria del sur. Curiosamente, los mismos que hace menos de dos décadas se llevaron la Universidad al Campus de Puerto Real.
Nadie duda de que el problema de ruina económica al que se enfrenta Cádiz no puede solucionarlo solo el Ayuntamiento. Es necesario que todas las administraciones se coordinen, aporten ideas, eliminen burocracia y elaboren planes de estímulo. Aun así, si la administración local no se mueve, como primera pieza del engranaje que es, el resto del mecanismo no funcionará.
Nos jugamos el Cádiz de las siguientes décadas. Ese en el que se criarán las generaciones futuras. ¿Queremos un Cádiz de completa ruina y miseria? Un Cádiz impersonal y de comercios vacíos o uno, como el que hemos conocido que, a pesar de sus luces y sombras, consiguió que sus lugares típicos forjaran la forma de ser de todos los que viven en esta ciudad. Un Cádiz, que debe resistirse a morir anestesiado, y empezar a creer que merece mucho más.