Miguel Ángel Sastre
La batalla cultural
Más allá de la gestión, que importa pero no lo es todo, sentir que la opción política que votas tiene la misma idea -o parecida- de país que tú es una de las formas más efectivas de movilizar al electorado
Si algo ha conseguido la izquierda en este tiempo es hacer que su visión del mundo cale en nuestra sociedad. Una forma de entender la realidad que muchos han asumido como la única posible y verdadera. Una verdad que, por inercia, cada vez, suma más ... adeptos. En España, además, este proceso se ha acelerado de manera exponencial.
Lakoff en "No pienses en un elefante” describía en Estados Unidos el caso opuesto. Afirmaba que el problema de los demócratas era que su propuesta ideológica - difusa y cambiante - no había arraigado en el sentir americano, mientras que la republicana sí. Curiosamente, Obama que presentó un modelo diferente con identidad propia, ganó. Biden, mejor que nadie, es consciente de ello. Porque más allá de la gestión, que importa pero no lo es todo, sentir que la opción política que votas tiene la misma idea - o parecida - de país que tú es una de las formas más efectivas de movilizar al electorado.
Y... ¿Cómo dar esa batalla de manera eficaz? ¿Cómo refutar ideas con las que la sociedad ha sido educada? ¿Cómo desmontar consignas políticas lanzadas incluso desde programas, en principio, solo de entretenimiento? ¿Cómo abrir los ojos a tantos jóvenes que creen que la ideología política se forma a base de eslóganes y de redes sociales? ¿Cómo hacer todo eso sin provocar un efecto acción-reacción contraproducente?
Lo primero es aplicar inteligentemente el "binomio comunicativo". En comunicación se distinguen dos componentes: la forma y el fondo. La forma es cómo se dice algo y el fondo su contenido. Si el mensaje a introducir es transgresor, pero busca llegar a la mayoría, hay que ser más inteligente que el adversario. Razonar para demostrar que ese mensaje es válido, pero hacerlo con empatía. Sin gritar y sin espectáculos. Lo contrario significa zarandear al contrario y levantarlo. Ser muy firmes en el fondo y no dar bandazos ideológicos, pero, a la vez, flexibles en la forma. Esto estaría conectado con el segundo paso: tener presencia en los medios de comunicación ensanchando el mensaje. Un mensaje claro en el contenido, pero versátil en su transmisión, que no sea rechazado, en principio, por ningún grupo de comunicación. En tercer lugar, ser conscientes - como hace el adversario - de que todo en esta vida es política. Política es el entretenimiento, la televisión, la cultura o el cine. Los partidos situados a la derecha del PSOE han hecho diferentes esfuerzos, más o menos acertados, por presentar una alternativa ideológica común que fuera más allá de la eficacia en la gestión. Sin embargo, salvo excepciones puntuales, nadie ha sabido dar con la tecla definitiva.
El cambio de una pieza destacada en un partido político no debe suponer el abandono de las ideas que esta persona defendía. Máxime cuando el fondo de éstas son la esencia de lo que representa esa fuerza política: una España de ciudadanos libres e iguales. Cambiar el tono no debe significar renunciar al contenido y retroceder en el difícil camino que supone presentar una alternativa cultural.
Para plantar cara al progresismo actual, que nos divide en buenos y malos según qué papeleta introducimos en la urna, la cuestión no está en ver quien grita más, sino en aunar el voto del electorado que se siente huérfano entre quien dice cómo hemos de sentir o pensar y quien pretende refutar estos postulados como elefantes en una cacharrería. La clave está en presentar una alternativa que sea, a ojos de la sociedad, moral y éticamente válida, como la que impera en los últimos tiempos.
La inteligencia y la empatía juegan, en este reto, un papel esencial. Esperemos que las cosas cambien y no sigan ganando los mismos, mientras algunos se dedican a matar moscas a cañonazos en forma de una moción de censura abocada al fracaso.
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