Miguel Ángel Sastre
El barrio bendito del sur infinito de Andalucía
Nadie duda de que ser gaditano sea una bendición. Esperemos que algunos, por dejación de funciones, no lo conviertan en una maldición
Alguien que cruzó a la otra orilla hace algo menos de dos años nos enseñó a todos que los que habíamos nacido en Cádiz pertenecíamos al «barrio bendito del sur infinito de Andalucía» .
Razón no le faltaba. Lo de que estamos al sur ... y en Andalucía es algo objetivo e indiscutible. Lo de que Cádiz es infinito, podría llegar a ser debatible si partimos de la base de que nuestro término municipal es de los más escuetos en relación al número de habitantes que tenemos. Sin embargo, Cádiz puede ser infinito si tenemos en cuenta que empieza o acaba –según se mire– donde el mar comienza a tocarla. Y cada vez que eso pasa un trocito de nuestra ciudad se va con el Océano Atlántico esparciéndose por toda su inmensidad. Pero más allá de metáforas, quedaría resolver si, efectivamente, Cádiz es una ciudad bendita o bendecida. Si tenemos como ciudad un aura especial que nos hace estar por encima de lo terrenal, tal y como, muchas veces, multitud de gaditanos, cegados por nuestro orgullo, podemos llegar a pensar.
Y es que, Cádiz fue premiada y bendecida con un don que se otorga a pocas ciudades: estar bañada casi en su totalidad por el océano. Un don que se acompaña de una luz poco común y que, a su vez, bendice a la ciudad con una belleza, también, poco habitual.
Esa bendición que tiene Cádiz nos hizo ser una de las primeras ciudades de occidente, posiblemente la más antigua; un punto de referencia en la época romana y el centro neurálgico del comercio con América. Poco tiempo después el bastión de resistencia de la soberanía española frente a la invasión francesa y la cuna de la primera Constitución de nuestra nación. Durante el s.XX y XXI hemos tenido algún que otro destello de esa bendición en forma de obra de infraestructura que quedará para la posteridad y que, a día de hoy, cada vez es más útil. Pero como ha ocurrido a lo largo de nuestra vida como ciudad, todos esos tiempos de bonanza e hitos de la historia han ido unidos a momentos de sufrimiento, perseverancia y esfuerzo.
Porque Cádiz ha conseguido ser algo cuando ha sacado los dientes y ha peleado. Cuando ha luchado por sus sueños. Cuando no se ha acomplejado y cuando el cariño que los gaditanos tenemos a la ciudad no ha sido sinónimo de conformismo, sino que se ha traducido en afán de mejora. Cuando Cádiz ha sido creativa y cosmopolita, abierta, libre e innovadora.
Lo preocupante es que, en un tiempo en el que la ciudad hace esfuerzos sobrehumanos por no hundirse, el duende y esa bendición que tuvimos antaño, parecen haberse esfumado. Y lo más triste y desesperante, algo que produce, incluso, impotencia, es que la tripulación que gobierna este barco de manera telemática, sin pisar la calle, sigue sin un plan de ciudad. No hay proyecto, no hay afán por crecer y atraer empleo. Uno mira el desarrollo que han tenido ciudades próximas como Málaga en el último lustro y se siente pequeño. Si mira a localidades de la provincia como El Puerto de Santa María y ve cómo luchan por atraer empresas punteras que revolucionen el mercado laboral, siente envidia, aunque sea sana. No sabemos qué queremos ser en nuestra provincia, ni en Andalucía, ni a nivel nacional y algunos del equipo de gobierno se empeñan en arreglar el mundo desde sus redes sociales.
Es cierto que al gobierno de la ciudad de Cádiz no se le pueden achacar muchos errores, porque, sencillamente, hace poco. Y lo poco que hace no tiene, prácticamente, ninguna utilidad para nuestro día a día porque, hasta donde sabemos, poniendo tablones en Facebook y publicando tuits no se arregla una ciudad. Una ciudad con un evidente deterioro urbano cada vez más preocupante, sin futuro para las personas jóvenes, con gran parte de sus negocios quebrando y cada vez con menos ocio y cultura.
Nadie duda de que ser gaditano sea una bendición. Esperemos que algunos, por dejación de funciones, no lo conviertan en una maldición.