Miguel Ángel Sastre - OPINIÓN

El alma de Cádiz

Cádiz, a pesar de sus reducidas dimensiones, cuenta con alma y con identidad propia, que todo aquel que la visita, independientemente del nivel cultural que tenga, sabe reconocer.

Miguel Ángel Sastre

Hay quien dice que las ciudades tienen un alma propia, que son organismos vivos que van creciendo, evolucionando y adaptándose con el paso de los años. Como todo organismo, tienen un corazón y órganos vitales que las hacen funcionar. Sus calles, sus plazas, sus edificios, ... los olores, los sabores, la luz, su gente y sus gobernantes constituyen este sistema funcional.

Existen ciudades en las que esto se palpa a simple vista: Nueva York, Roma, París o Madrid, entre otras.

Cádiz , a pesar de sus reducidas dimensiones, cuenta también con alma y con identidad propia, que todo aquel que la visita, independientemente del nivel cultural que tenga, sabe reconocer.

Un alma y un corazón, cuyos tejidos, a pesar de haberse regenerado en distintas ocasiones, sufren achaques habituales, y es que cuentan ya con más de 3000 años de edad. No obstante, desde su nacimiento, la ciudad ha ido experimentando diferentes molestias, de mayor o menor importancia, que por suerte, casi siempre, ha superado.

El problema es cuando por un diagnóstico erróneo o un tratamiento equivocado, por parte de quienes tienen que evitar este tipo de situaciones, estos achaques – el paro – se convierten en algo crónico. Cuando la dolencia pasajera se transforma en permanente, todos los órganos de la ciudad se ven afectados. Sin embargo, lo más preocupante es que el alma de la ciudad empieza a verse lastrada, impidiendo que ésta se desarrolle y crezca como ente vivo.

Cuando cada vez son más los que se marchan de la ciudad, y aquellos que se fueron no regresan, este organismo sufre. Y la cuestión se agrava aún más en el momento que un joven gaditano residente en Cádiz le comenta a otro que vive en otra ciudad “cuánto te envidio”, en relación a las oportunidades académicas, laborales o de vida cultural y de ocio que el segundo tiene.

Cádiz sufre cuando en verano la ciudad hace méritos para convertirse en el escenario perfecto de la película “Ratatouille” de Pixar, en el que roedores, en ocasiones, con tamaño casi de marsupial, campan a sus anchas por nuestras calles a plena luz del día.

Igualmente, su salud se resiente cuando, viendo un pleno municipal, sentimos que la oposición, a veces, es tratada de manera despótica con aires que recuerdan a lo que lleva años ocurriendo “al otro lado del charco”, en naciones que todos consideramos hermanas.

El sistema central de la ciudad se ve afectado cuando muchas de las soluciones urbanísticas que se proponen se basan en ideas felices y en imposiciones de carácter ideológico en lugar de en cuestiones técnicas o funcionales que realmente innoven y resuelvan cuestiones medioambientales.

En definitiva, el corazón de nuestra ciudad se ve afectado cuando nos hacen resignarnos a vivir en el primer escalón de la Pirámide de Maslow, sin aspirar al resto de niveles.

Estamos a tiempo de reaccionar, no hay duda. Habrá que hacer acupuntura que despierte partes estratégicas de este organismo para evitar que Cádiz, de ser una ciudad con alma, pase a ser una ciudad dormida.

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