Julio Malo de Molina

Tío Miguel

Cuando le conocí era un delicioso viejo holgazán que se vanagloriaba de su propia dejadez

Julio Malo de Molina

Adoro las viejas fotos familiares que valoro como tesoros cargados de nostálgicas y bellas historias; como la de tío Miguel tirada en los años cuarenta por un esmerado retratista, a través de la cual recuerdo al personaje que fue mi tío predilecto mucho después de aquellos tiempos en los cuales se hizo fotografiar en pose de dibujante. Según dicen fue un excelente artista plástico y también fotógrafo. Cuando le conocí era un delicioso viejo holgazán que se vanagloriaba de su propia dejadez. Hermano pequeño de la dilatada familia de mi abuelo materno, militar de Caballería a quien no conocí pues murió al comienzo de la guerra civil, vivía con dos hermanas solteras en medio de elegantes estrecheces, aunque el resto de mi familia deploraba su notable mala reputación. Entonces no lo imaginaba pero atando cabos he llegado a saber que era homosexual en tiempos durante los cuales esas legítimas preferencias constituían objeto de persecución y escarnio, llegando con facilidad a incurrir en el delito, como le sucedió a Oscar Wilde. Pero eso no se decía, se le condenaba por presumir de no haber trabajado nunca.

Contaba su aversión al trabajo de forma divertida: «Mira Julito, mi experiencia en el mundo laboral duró poco; nunca me interesó pero la familia no me dejaba en paz e hice oposiciones a secretario de Ayuntamiento». Había estudiado Derecho con excelentes calificaciones, y superó con facilidad las pruebas. Le tocó Vielha, y tomó un tren para incorporarse al cargo en un frío mes de octubre. Al llegar a la capital del Valle de Arán vio cómo un manto espeso de nieve cubría todo cuanto la vista podía alcanzar. Así que preguntó al jefe de estación por el próximo tren con destino a Madrid, sacó su billete y esperó en la cantina a subir al convoy que le devolvería a su casa madrileña.

Al comentar con sorna esta anécdota seguramente algo novelada, tío Miguel añadía una sentencia de Cicerón: «Debe mirarse como algo bajo y vil el oficio de quienes venden su pena y su industria pues todo aquél que trabaja por dinero se degrada a sí mismo y se coloca en el rango de los esclavos». Luego he comprobado que en su ‘Derecho a la Pereza’, Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, reproduce la misma cita, y la coincidencia sorprende pues tío Miguel proclamaba convicciones muy de derechas. Fue amigo de Aizpurúa, lo cual no me extraña pues tenían muchas cosas en común. José Manuel Aizpurúa, arquitecto y fotógrafo, había participado en la implantación del Movimiento Moderno en España y era un elegante y exquisito intelectual homosexual, que sin embargo simpatiza en los años 30 con las ideas nacional-socialistas, y fue uno de los fundadores de Falange Española. José Antonio le encarga el diseño de la cabecera del periódico falangista ‘Arriba’ y fue Delegado Nacional de Prensa del partido en San Sebastián. Poco antes había proyectado y construido el Club Naútico donostiarra, considerado como uno de los primeros ejemplos de la arquitectura racionalista europea y aún se conserva primorosamente restaurado, obra realizada con su socio Joaquín Labayen quien sin embargo estuvo comprometido con la causa republicana, como fue habitual entre los arquitectos vinculados a la modernidad. Aizpurúa fue fusilado en la cárcel de Ondarreta tres días antes de la toma de la ciudad por las tropas del bando sublevado en septiembre de 1936. Historias de tiempos oscuros que ahora podemos recordar a través de esas viejas fotos en sepia.

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