Felicidad Rodríguez

El miedo

Mientras que por aquí Rivera continúa deshojando la margarita, Iglesias busca los votos perdidos y Sánchez…

Felicidad Rodríguez

Creíamos que tras la decisión tomada por la ciudadanía, y va la segunda, las cosas estarían más claras para poder formar gobierno, algo que, por cierto, urge aún cuando algunos de los elegidos no terminen de darse cuenta. Y así, el mundo sigue su curso mientras que por aquí Rivera continúa deshojando la margarita, Iglesias busca los votos perdidos y Sánchez…; bueno, lo que sea que esté haciendo Sánchez. Una de las razones con las que el líder de la coalición de IU-Podemos justificaba su derrota era el miedo en el electorado. Puede ser; al fin y al cabo, como decía Miguel de Cervantes, y oportuno es recordarlo ahora que se cumple el 400 aniversario de la muerte del Príncipe de los Ingenios, «la valentía que se entra en la jurisdicción de la temeridad, más tiene de locura que de fortaleza». Lo que da realmente miedo es que, mientras el mundo es escenario de serios acontecimientos que nos afectan a todos, nosotros terminemos en el puente de la Constitución, el de diciembre que no el de la Bahía, para seguir reflexionando; y va la tercera. Y no es que reflexionar sea malo; todo lo contrario.

Es que ahora el turno de reflexión les toca a los que, en las dos últimas elecciones, han sido el objeto de la reflexión ciudadana. Y del resultado de esa reflexión, que esperemos se aligere habida cuenta la responsabilidad que se presupone en los líderes, nos jugamos mucho. Así que el temor está absolutamente justificado porque, a fin de cuentas, el miedo no es más que una respuesta normal ante situaciones difíciles y con repercusiones relevantes en las que uno se la juega. El cuerpo humano, que está magníficamente diseñado, dispone de esa respuesta fisiológica, nerviosa y hormonal, que no es más que un sistema de alerta que tiene mucho que ver con la supervivencia de la especie a lo largo de los miles de años que habitamos el planeta.

Es por tanto legítimo, normal y, por otra parte, sano que ante una circunstancia importante sobre la que uno tiene que reaccionar, o ante un dilema sobre el que haya que tomar una decisión con impredecibles consecuencias, se tenga miedo a la hora de afrontarla, decidirse o dar una respuesta. En la vida cotidiana tenemos muchos ejemplos (desde la toma de decisión para hacer una hipoteca hasta el enfrentarse al examen de selectividad para sacar nota) y, lógicamente, el nivel de incertidumbre y de temor se agudiza y potencia conforme aumenta la trascendencia de la cuestión o de la circunstancia de la que se trate, o cuando se incrementa el grado de repercusión sobre la vida del personal. Es absolutamente normal que, mientras los líderes políticos reflexionan sobre si pactan o dejan de hacerlo, los vecinos de la Línea tengan miedo de las consecuencias sobre sus vidas de ese Brexit que decidieron unos cuantos pero que afecta a todos. La ausencia de temor ante esa situación, o ante cualquier otra de similar naturaleza, solo significaría inconsciencia o algún problema en la amígdala cerebral. En este último ejemplo, a ese temor se suma la impotencia porque el abordaje de las posibles soluciones no está en sus manos, así que ¿cómo no va a estar justificado también el miedo hacia la irresponsabilidad de la que están haciendo gala algunos de los que depende la toma de decisiones?

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