Ana Mendoza
El poder de la música
Andamos faltos de música, de la que se escucha en directo y tiene esos efectos tan positivos y satisfactorios. Porque la buena música, sea del género que sea, siempre resulta una agradable experiencia. Por eso en esa vida anterior al Covid se llenaban, según qué ... propuestas, los estadios, los pabellones, los teatros o las plazas de toros... Ahora se empieza a recuperar un poco más ese hábito. Se acerca en parte esa posibilidad. Pero aún cuesta trabajo pensar que algún día volvamos a sentir esa emoción que surge tan espontáneamente cuando en un concierto de alguno de nuestros grupos favoritos suenan los acordes de esa canción que sencillamente nos encanta.
En ese intento de volver a ser lo que fuimos antes de la pandemia están las bandas nacionales, las internacionales, los artistas que anuncian sus próximas giras, los festivales veraniegos que se avecinan y los numerosos grupos gaditanos no profesionales que aguardan con avidez ese volver a subir a los escenarios y disfrutar de la presencia del público. Porque la música, está demostrado, tiene un efecto, en muchas circunstancias, terapéutico. Y si algo hace falta en este extraño contexto en el que nos encontramos, es un poco de terapia, reposo y reflexión. La música es una forma de expresión universal que conquista a cualquiera. Eso sí, cada uno tiene sus propios gustos.
La música cofrade también engancha. Tiene más admiradores de lo que se puede llegar a pensar. Existen marchas que son verdaderas obras de arte. De esas que por más que pase el tiempo o por más veces que las escuches, nunca quedan desfasadas ni te aburres de oírlas.
Hay marchas clásicas y modernas. Unas más alegres y otras más solemnes. Interpretadas por las bandas de música o de cornetas y tambores... Aunque, por ejemplo, la Orquesta Barroca de Cádiz ha realizado impresionantes adaptaciones de algunas de las composiciones que forman parte de la historia de la Semana Santa.
Durante estos días dos de las grandes bandas de la ciudad como son Polillas y Rosario han regresado a los ensayos con ese anhelo de que esta vez la vuelta sea definitiva. Rosario además lo ha hecho con la mirada puesta en ese XXV aniversario que va a ser intenso y en el que se propone, entre otros actos, un concierto en el Falla. Algo es algo. Aunque aún queda un largo camino y el futuro sigue siendo incierto.
Me llama la atención que en este último Corpus, y aunque la situación pintaba algo mejor que en 2020 (por aquello de la vacunación y la incidencia del coronavirus), no se ha optado por hacer un pasacalles de bandas por la ciudad o bien un concierto en una plaza al aire libre. Supongo que no había ganas de asumir riesgos y que sucediera como el año pasado cuando se anunció pero posteriormente el Ayuntamiento no lo permitió. Imagino que tampoco todas las formaciones han tenido tiempo para ensayar lo necesario. Es cierto que los actos se abrieron con música en la Catedral y que en Santo Domingo también estuvo presente de la mano de la banda Maestro Dueñas en esas reflexiones eucarísticas.
Pero me ha faltado ese encuentro en la calle. Ese retumbar de tambores y cajas acompañados por esos compases de cornetas, flautas o clarinetes que anuncian algo importante, que captan la atención de todos y a la vez calman y apaciguan un ambiente algo revuelto al que sin duda le hace falta la música.