Ramón Pérez Montero - OPINIÓN
Memoria
Hoy Alepo es otra de esas ciudades mártires que añadir a la lista donde ya figuran Guernica, Hiroshima, Belchite o Dresden
Esta semana el Ayuntamiento de Medina Sidonia, siguiendo la estela de la escrupulosa investigación histórica llevada a cabo por Francisco Cózar, ha colocado una placa en memoria de Francisco García Vidal, paisano que encontró la muerte en el campo de exterminio de Gusen, Austria, en 1941. Unas palabras de Cernuda inscritas en la misma lápida dejan constancia del sentido de este acto: «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros».
Solemos aferrarnos a la memoria porque pensamos en ella como un antídoto contra la repetición de los errores, como si sólo ella nos pudiese librar del estigma de esos episodios donde la sangre se mezcla con la vergüenza en nuestra envilecida conciencia de seres humanos. Pero la memoria es frágil, tan frágil que incluso prefiere olvidarse de los hechos del presente. Habitualmente dejamos caer sobre la conciencia de los alemanes la pregunta de cómo pudieron permanecer mudos y ciegos frente al holocausto.
Esta pregunta deberíamos hacérnosla ahora todos nosotros a nosotros mismos a comienzos de este siglo XXI. Ahora que vamos a dedicar todo el esfuerzo de nuestra memoria a que no se nos olviden el champán y los langostinos cuando miles de sirios están siendo masacrados a diario en el exterminio de toda una nación. Brindamos y miramos para otro lado como si la sangre derramada de miles de inocentes no fuera cosa nuestra.
Obligo, pues, a mi memoria para que se acuerde de la gente sencilla de Siria. He visto fotos de Alepo antes de ser arrasada. He visto a la gente alegre que hace tan solo unos años caminaba por sus calles ajenas a la catástrofe que se le iba a venir encima. Hoy Alepo es otra de esas ciudades mártires que añadir a la lista donde ya figuran Guernica, Hiroshima, Belchite o Dresden. Pero nosotros vamos a hornear el pavo como si eso no fuera con nosotros. Para quitarnos cargos de conciencia es suficiente con decir que se trata de un conflicto entre un gobierno autoritario y musulmanes fanáticos.
Pero la tragedia moderna del pueblo sirio comenzó cuando tras la caída del Imperio Turco pasó a ser protectorado francés. Protectorado era un eufemismo para decir explotación salvaje de recursos y personas bajo un oscuro manto de legalidad. Cuando la situación se hizo insostenible y Francia tuvo que aceptar su independencia, le dio el golpe de gracia desgajando parte de su territorio para la creación artificial del país del Líbano. Las potencia europeas acostumbraban a trazar fronteras con tiralíneas pasando por encima de pueblos, razas y creencias. De aquellos polvos de ambición estos lodos de sangre.
Ahora ponemos las esperanzas de la resolución del conflicto precisamente en aquellos que lo alimentaron, y lo siguen alimentando a base de armamento y asesores militares, esperando sacar tajada política y económica. Me refiero a Francia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, Israel, Irán, Arabia Saudí, Turquía e Irak, buitres que revolotean sobre un país agonizante.
Me pongo en el pellejo del habitante del cualquier aldea que se levanta cada día a la espera del avión ruso, del soldado del gobierno, del miliciano del Ejército Sirio Libre, del alucinado del Estado Islámico, del kurdo vengativo, del descerebrado de Hezbollah que va a venir a matarlo por ser chiita o suní, alauita o druso, por haber tomado partido o por no haberlo tomado.
Me uno a la iniciativa de la memoria. Está bien recordar y recordar a los demás los hechos execrables del pasado, pero siempre que ello no nos lleve a olvidarnos de los horrores del presente.