Felicidad Rodríguez
En memoria de Vic
La cuestión viene al caso tras ver la gira de bolos, cual figura emergente de la nueva política, que se está marcando Arnaldo Otegi
Entre los muchos atributos que se le asignan a la memoria, esa facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados, ha cobrado auge en los últimos tiempos el de la historicidad o, lo que es lo mismo, la autenticidad comprobada de lo recordado. Sin entrar a profundizar sobre lo adecuado del adjetivo para esa función del cerebro, y ya puestos a poner propiedades a la memoria, podríamos añadir la de parcialidad o la de ser, con frecuencia, un tanto desmemoriada. La cuestión viene al caso tras ver la gira de bolos, cual figura emergente de la nueva política, que se está marcando Arnaldo Otegi. Primero un paseo por el Parlamento europeo y luego por el catalán, invitado en ambos casos por aquellos que lo presentan como un hombre de paz. Parece que los socialistas del Ayuntamiento de Barcelona se abstuvieron de reprobar la presencia del viejo político abertzale; al fin y al cabo, en esos momentos, estaban en conversaciones para acuerdos de gobierno con Ada Colau y no era conveniente protestar, aunque fuese solo un poquito. Hay que reconocer que eso de perdonar está muy bien, aunque es inevitable que esa abstención nos rescatase de los entresijos de la memoria nombres como los de Enrique Casas, Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch, entre otros muchos socialistas asesinados por ETA. Durante su estancia en Barcelona, el antiguo militante de ETA, el ex líder de Herri Batasuna, y hoy secretario general de Sortu, participó también en un acto, celebrado en un edificio municipal, que iba sobre la ‘ternura’ de los pueblos. A saber cuál es la nueva definición progresista que se le da a la ternura. Para Otegi debe ser algo relacionado con ‘avisar’ porque, como ha dicho públicamente, las muertes en el atentado de Hipercor jamás debieron ocurrir ya que la intención de ETA no era matar sino avisar. Pero ni una palabra para los asesinatos que se produjeron cuatro años más tarde, los de la casa cuartel de Vic, también en la provincia de Barcelona, de los que precisamente se cumple otro aniversario el próximo domingo 29 de mayo. Debe ser porque en este caso no se avisó y, en la lógica de Otegi, las familias afectadas no merecen que se les pida perdón ni que las víctimas sean recordadas con ternura. Aquel día, un coche bomba se empotró en el patio de la casa cuartel, donde un grupo de niños se encontraba jugando, llevándose la vida de 10 personas e hiriendo a otras 44, y produciendo al mismo tiempo graves daños en el colegio colindante en el que otro medio centenar de niños disfrutaban de su recreo. Allí no hubo ternura y ahora parece que tampoco hay memoria. Será porque la memoria es parcial y olvidadiza. Por eso, cuando se acerca el aniversario de sus muertes, justo es que recordemos los nombres de las vidas truncadas ese día: Juan Chincoa, Juan Salas, Ramón Mayo, Nuria Ribó, Maudilia Duque, el joven Francisco Cipriano Díaz, de 17 años, asesinado mientras estudiaba en su casa; y los más pequeños, Rosa María Rosa Muñoz de 14 años, Ana Cristina Porras de 10 años, Vanessa Ruiz Lara de 9 años y Pilar Quesada, de 8 años que, como tantos niños durante el mes de mayo, soñaba con su Primera Comunión que debía celebrarse unos días después y de la que nunca pudo disfrutar.
Ver comentarios