OPINIÓN

Mejor de lejos

Resulta sorprendente la frialdad ante la muerte de 18 inmigrantes en contraste con las campañas con otros dramas menos cercanos

En este mundo globalizado en el que vivimos en la actualidad se producen fenómenos curiosos. Somos capaces de solidarizarnos sin compromiso con cualquier causa, por lejana que nos quede, simplemente porque nos llega a través de las imágenes de televisión o de las redes sociales. ... En la inmensa mayoría de los casos, se trata de dramas humanos que sufren millones de personas en muy distintos lugares. A todos nos horrorizó la imagen del pequeño Aylan yaciendo muerto en la orilla de una playa de Turquía tras intentar huir de la guerra de Siria con su familia. O las de los campos de refugiados en los que se vivía, y se vive, en condiciones infrahumanas. O las de las caravanas de la desesperación que avanzan hacia la frontera sur de los Estados Unidos. Es lógico que se produzca esa reacción de dolor y de empatía con las víctimas de los desastres causados por los humanos, como las guerras, o por la propia naturaleza, como las terribles inundaciones recientes.

Sin embargo, cuando el drama ocurre justo a nuestro lado, en nuestro propio país, en nuestra propia provincia, reaccionamos con mucha más frialdad. O lo que es aún peor: con indiferencia. Quizás, paralizados por el pánico. La cercanía parece anular los gestos de condencia, las campañas, las movilizaciones, hasta las visitas oficiales. Desde hace años, muchos años, las costas de Cádiz reciben un goteo constante de embarcaciones con hombres, mujeres y niños a bordo que tratan de huir de sus pésimas condiciones de vida en África. En esta última semana, esa realidad constante ha dejado un reguero de 18 muertos. Nada menos que 18. Para los que dudan: esa tragedia deja claro, clarísimo, que muchos de ellos mueren en el intento. Sin embargo, son prácticamente invisibles a los ojos de la ciudadanía. Son casi rutinarios. «Otra patera», pensamos. Y seguimos a otra cosa.

Pero a bordo de esas pateras viajan sueños que casi siempre acaban en pesadilla o, en el mejor de los casos, en el regreso al país de origen con las ilusiones rotas. La cercanía y la crudeza de las imágenes en nuestra tierra, en nuestra cosa, deben servirnos para tomar conciencia de que no todo es colgar una pancartas con mensajes de solidaridad en balcones y redes sociales. Todos, los ciudadanos y sobre todo las instituciones, debemos tomar partido para ayudar a esos miles de seres humanos que tratan de huir del horror que les ha tocado vivir simplemente por su lugar de nacimiento.

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