Felicidad Rodríguez
Mascarones de proa
Llevamos un par de días un poco raros; como si nos faltase algo. Será porque extrañamos el bullicio y la animación que la Regata y sus veleros trajeron consigo alegrando el verano gaditano
Llevamos un par de días un poco raros; como si nos faltase algo. Será porque extrañamos el bullicio y la animación que la Regata y sus veleros trajeron consigo alegrando el verano gaditano. Los barcos, que partieron de Amberes a principios de julio, navegan ahora, en su aventurera competición, rumbo a La Coruña. Cádiz ya siente como algo propio a la Tall Ship’s Race; no en vano esta ha sido la quinta ocasión, desde aquella memorable parada del 92, que vemos a nuestro puerto convertido en el punto de encuentro de algunos de los más hermosos veleros del mundo. Durante cuatro días el bosque ornamentado de trinquetes, mesanas, bauprés y vergas, convirtió el muelle de Cádiz en un auténtico escenario donde cada cuál se pudo sentir protagonista de una estampa marinera. Y, junto a los mástiles, los maravillosos mascarones de proa, esos símbolos y talismanes de la conquista del mar, guías adelantados como remate de algo divino, el barco de vela, que diría Pío Baroja. Unos mascarones que la moderna construcción naval ha desterrado al olvido, a pesar de ser de las escasas piezas que suelen sobrevivir al desguace de los viejos veleros para pasar a ocupar las salas de los museos marítimos.
Algunas colecciones son francamente impresionantes, como la de la ciudad hermana de Brest, la del museo de Salerno, la del Museo Marítimo de Londres o la de las Reales Atarazanas de Portsmouth y Davenport. Sin olvidar la del Museo Naval de Madrid o los mascarones de proa con los que Pablo Neruda convirtió sus casas de la Sebastiana y de Isla Negra en veleros anclados. En el estupendo Museo Naval de San Fernando, inaugurado hace escasas semanas, está el primer mascarón de proa que tuvo Elcano, una Minerva diosa de la sabiduría; pero qué pena que la marinera Cádiz no tenga su propia colección de esas grandes, o pequeñas, obras de arte que simbolizan nuestra relación con la mar. Y mientras ello no ocurra, nos queda admirar las que adornan las proas de los veleros cuando nos visitan. La pequeña sirena blanca del Alexander von Humboldt; la Cristina vestida de azul del Christian Radich, recordando a la esposa del marino que da nombre al barco; la mujer envuelta en el amarillo, azul y rojo de su bandera, del Simón Bolívar; la figurada dorada con su verde tocado de plumas del último emperador azteca, sucesor de Moctezuma y defensor de Tenochtitlán, Ouauhtémoc, guiando al buque escuela mexicano o la pequeña imagen del que, injustamente, da nombre al continente americano, en la proa del Americo Vespucci. El pasado domingo, desplegando velas, todos ellos enfilaron esos mascarones de proa hacia el Atlántico y ya los echamos de menos, deseando que vuelvan; queda por ver si veleros y tripulantes lo harán en el 2020. La Sail Training International planea cuidadosamente, con 4 años de antelación, la ruta marítima de la Regata con unos estrictos criterios para seleccionar los puertos anfitriones. En enero del pasado año 2015, durante una visita de la STI, se anunció oficialmente que la candidatura gaditana había logrado de nuevo que la competición recalase en nuestra ciudad. Habrá pues que ponerse las pilas para defender nuestras opciones si queremos ver otra vez, dentro de cuatro años, a los mascarones de proa cruzando la bocana del puerto.