La mascarilla y la explicación
La reducción de las restricciones y las molestias debe ser un objetivo, siempre unido a la responsabilidad, el rigor científico y la prudencia
Las normas, las leyes, en general, necesitan de dos condiciones para ser cumplidas de forma generalizada por la población, más allá del temor al castigo: que la regla sea entendida de forma sencilla por una gran mayoría de los que deben cumplirla y que su ... ejecución sea posible, técnicamente viable. Cuando no se da una de las dos, el ciudadano puede caer en la duda o en el rechazo en un porcentaje más alto de lo deseable. Uno de los últimos ejemplos de incomprensión es que un ciudadano alemán o francés pueda desplazarse de forma legal hasta Madrid o Mallorca para pasar unas vacaciones y que un andaluz no pueda ir de Cádiz a Málaga, Huelva o Sevilla por idéntico motivo. La incongruencia es manifiesta porque no hay argumento para sostenerla. Ni estadísticas o riesgos de contagio, ni conveniencia económica parecen respaldar un caso y no el otro. Así aparece el agravio, el mareo de horarios y reglas en el que vivimos hace un año como efecto colateral –de gravedad e importancia ridículos si se ponen junto al dolor por enfermos y fallecidos–.
Esta situación se vuelve a ponerse de manifiesto con la legislación, hecha pública ayer, para el uso de la mascarilla en España . Obliga a ponérsela en cualquier lugar, en cualquier circunstancia, con un mínimo de excepciones que –como ya tuvo que corregir ayer el Gobierno a toda prisa– probablemente tendrán que ser ampliadas. En el caso de un territorio como el de Cádiz, parece chocante que la mascarilla tenga que portarse en la playa en todo momento excepto en el baño, cuando al aire libre, con temperaturas altas y una imposible concentración de aerosoles patógenos el contagio es más difícil (a las cifras del pasado verano basta remontarse). Este año, además, a esas evidencias científicas se añade que un porcentaje de población (ojalá alto, ojalá cercano a ese anhelado 70%) estará vacunado. La actividad económica, turística, precisa de un regreso escalonado, prudente, a la normalidad. No se trata de tener prisa en quitarse la mascarilla, ni en olvidar que la responsabilidad individual es imprescindible. Nunca hay que justificar concentraciones, fiestas e imágenes que se han visto en puentes, compras, celebraciones o, simplemente, juergas turísticas. El objetivo debe ser aliviar las restricciones, las molestias, sólo allí dónde sea posible, cuándo y cómo sea posible. La playa, entre otros casos, parece ser uno de esos ejemplos dignos de excepción.