OPINIÓN
"¡Marlaska da la cara!"
El ministro dedicó el pasado jueves en el Oratorio más de 45 minutos a elogiar la labor de la Policía yni uno solo a esos mismos policías del colectivo Jusapol que exigían en la puerta una mejora salarial

Desconozco dónde veranea nuestro actual ministro de Interior, Fernando Grande–Marlaska. Ni si es un asiduo de nuestra provincia, como tantos otros, o si por el contrario no la pisa salvo que lo haga por motivos profesionales. Pero si la imagen que tiene de Cádiz – ... al menos de la capital– es la que se ha podido formar en base a sus visitas institucionales, desde luego no será la mejor. Casi siempre que viene sube el pan. Hace algo más de seis años, cuando aún era juez de la Audiencia Nacional, la Universidad de Cádiz le invitó a participar en una conferencia de las muchas que se organizaron con motivo del Bicentenario. Aquella en concreto acabó como el rosario de la aurora. Un grupo de exaltados se coló en la facultad de Filosofía y Letras y reventó el acto. En su mayoría eran okupas de los que campaban a sus anchas por el edificio Valcárcel y dos de ellos fueron detenidos tras verse obligada la Policía a intervenir para proteger a Marlaska. No faltó por supuesto ‘el ciudadano Lorenzo’ con su numerito habitual de tirarse al suelo.
El pasado jueves, nuestro máximo responsable de la seguridad ciudadana, estuvo de nuevo en Cádiz. En este caso en el Oratorio de San Felipe Neri, para inaugurar otro ciclo de conferencias. Allí se vivió una situación absolutamente paradójica. Incluso pintoresca. Su charla versaba sobre las bondades de la Policía Nacional y su labor fundamental para el mantenimiento de la democracia. Fue realmente elogiosa y bastante bien fundamentada. Lo curioso es que antes, durante y después de su ponencia, en la puerta del Oratorio se concentraba un grupo de funcionarios de prisiones y otro de policías nacionales. Los primeros pedían mejores condiciones y medios para poder realizar su trabajo sin riesgo de que cualquier día un preso les endiñe un navajazo, que no sería el primero. Y los segundos, pertenecientes al colectivo Jusapol, reivindicaban la equiparación salarial con respecto a otros cuerpos policiales. No sólo para ellos, sino también para sus compañeros que en ese momento formaban un cordón de seguridad que les impedía acercarse a la puerta del edificio. Y para los mandos que estaban dentro escuchando la disertación del ministro. Sus gritos y proclamas, absolutamente pacíficas, se escuchaban perfectamente desde dentro. Cabía esperar que, tras el acto, Marlaska al menos se hubiera acercado a hablar con ellos para darles algún tipo de explicación. De esperanza. De hecho, el senador de su partido González Cabaña lo hizo. Pero no fue así. Cuando concluyó y tras saludar hasta al apuntador, se introdujo en su coche oficial y salió pintando. Ni un saludo. Ni una palabra.
¿De qué sirven más de 45 minutos de elogios a la labor policial si es incapaz de dedicar un minuto a esos mismos policías que se juegan la vida por un sueldo manifiestamente injusto? A esos mismos que le protegieron a él hace unos años a escasos metros de allí. Sus actos invalidan sus palabras. Una incongruencia. De las gordas. Pero bueno, él sabrá, que para eso es ministro.
El pasado jueves, nuestro máximo responsable de la seguridad ciudadana, estuvo de nuevo en Cádiz. En este caso en el Oratorio de San Felipe Neri, para inaugurar otro ciclo de conferencias. Allí se vivió una situación absolutamente paradójica. Incluso pintoresca. Su charla versaba sobre las bondades de la Policía Nacional y su labor fundamental para el mantenimiento de la democracia. Fue realmente elogiosa y bastante bien fundamentada. Lo curioso es que antes, durante y después de su ponencia, en la puerta del Oratorio se concentraba un grupo de funcionarios de prisiones y otro de policías nacionales. Los primeros pedían mejores condiciones y medios para poder realizar su trabajo sin riesgo de que cualquier día un preso les endiñe un navajazo, que no sería el primero. Y los segundos, pertenecientes al colectivo Jusapol, reivindicaban la equiparación salarial con respecto a otros cuerpos policiales. No sólo para ellos, sino también para sus compañeros que en ese momento formaban un cordón de seguridad que les impedía acercarse a la puerta del edificio. Y para los mandos que estaban dentro escuchando la disertación del ministro. Sus gritos y proclamas, absolutamente pacíficas, se escuchaban perfectamente desde dentro. Cabía esperar que, tras el acto, Marlaska al menos se hubiera acercado a hablar con ellos para darles algún tipo de explicación. De esperanza. De hecho un senador asistente al acto lo hizo. Pero no fue así. Cuando concluyó y tras saludar hasta al apuntador, se introdujo en su coche oficial y salió pintando. Ni un saludo. Ni una palabra.
¿De qué sirven más de 45 minutos de elogios a la labor policial si es incapaz de dedicar un minuto a esos mismos policías que se juegan la vida por un sueldo manifiestamente injusto? A esos mismos que le protegieron a él hace unos años a escasos metros de allí. Sus actos invalidan sus palabras. Una incongruencia. De las gordas. Pero bueno, él sabrá, que para eso es ministro.