Nandi Migueles - El niño del coro

María la Hierbabuena

Aunque muchos no lo saben, también se le veía sentada delante del ‘tablao’ de la Viña para el Concurso de popurrí

«Qué coro más bonito Migueli». Éstas eran sus palabras hacia nuestro grupo cada vez que ella estaba en el teatro. Unas palabras que se han hecho de culto en nuestro coro. Cada vez que algo salía bien en los ensayos o si les presentaba alguna letra que gustase mucho, siempre había alguien que la apuntaba con su mismo acento y gracia: «Qué coro más bonito Migueli». María del Carmen Llovet Muñoz, una mujer a la que muchos tachaban de pesada y de colada en el teatro. Una mujer que amaba el Concurso. Ésta es su mejor definición. Una mujer que animaba a todos por igual y que en el peor de los casos, aplaudía sin descanso. Una mujer que algunos tildaban de ordinaria por sus gritos y que con su timbre peculiar martilleaba a todo el teatro. Una mujer como no ha habido otra igual. Ella moría por sus agrupaciones. Veía el Concurso completo en todas sus fases, era inagotable.

Aunque muchos no lo saben, también se le veía sentada delante del ‘tablao’ de la Viña para el Concurso de popurrí desde que empezaba hasta las tantas de la madrugada. Ella amaba las coplas. Amaba las músicas y letras de sus agrupaciones. Amaba a los autores, a los componentes, se sabía sus nombres, sabía cómo decirles esas palabras de ánimo. Su voz se ha apagado a los ochenta años, pero no su eco. Todos tenemos en nuestra memoria su grito de «olé olé mi Cádiz, y lo digo a boca llena y el que no diga ole que se le seque la hierbabuena». Muchos se atreven a imitarla con sus versos y rimas de ánimo desde el paraíso, pero buscan más su protagonismo particular o hacer un chiste para la galería, que lo que verdaderamente hacía María, animar. Ella lo hacía de corazón. Ella ha sido una grande de nuestra fiesta y aunque muchos piensen que solo era una aficionada más, no es así. Llevo 29 coros sobre mis hombros y siempre tuvo una palabra amable y de aliento para cada uno de ellos, desde el peor hasta el mejor. Ella merecía ese asiento en el palco, se lo ganó a pulso. Se lo ganó tras muchos años de gastarse las palmas de las manos aplaudiendo y de quebrarse la garganta con sus gritos de jaleo. Una mujer que hizo famosa en toda Andalucía sus palabras de ánimo.

Las estrellas de la fama que están en la plaza del Teatro Falla son para personas que de alguna manera han hecho grande nuestra fiesta, a mi parecer ella a su manera ha engrandecido nuestro concurso con una aportación enorme desde el punto de vista del aficionado. A quién mejor que a ella para otorgarle esa estrella como aficionada y, sobre todo, delante de su Gran Amor, el Falla.

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