Manuel Sampalo
Malo es ser de los nuestros
Cuando hablen de los españoles o de los carnavaleros no lo hagan por mí: se lo agradezco, pero para algo tengo voz
Estoy loco con este aforismo de Rafael Sánchez Ferlosio incluido en ‘Campo de retamas’. Lo repito en su forma original:
(Ecco li nostri)
-Malo es ser de los nuestros.
-Peor es ser de los buenos.
Cuán identificado me siento con esta breve ... sentencia de Ferlosio. Jamás me sentí de los nuestros, ni nunca me consideré de los buenos. Ahora, en estos tiempos de naufragio moral y espiritual, que se lleva tanto lo de colectivizarse, que suele ir parejo a la victimización, es una osadía renunciar a cualquier agrupación.
A ver, yo soy español, soy gaditano, del Granada CF, de la familia López Sampalo, aficionado al carnaval y al ciclismo entre otras cosas. Sí, pero cuando hablen de los españoles o de los carnavaleros no lo hagan por mí: se lo agradezco, pero para algo tengo voz. No diluyan mi identidad en el gazpacho colectivo que se han montado, por favor.
He sufrido linchamientos virtuales por parte de la izquierda, de la derecha, de los ‘aficionados’ del Cádiz CF y, esta semana, de los hinchas del Granada CF. Puedo asegurar que este último ha sido el más cruel: no por mí, sino por ellos. Pueden tolerar que uno de los otros se meta con ellos o con su equipo; pero que lo haga uno de los suyos -o sea, de los nuestros-, jamás. La herejía es lo que se paga más caro. El traidor, que cuestiona los dogmas propios, es el más odiado. A Jesucristo, recuerden, lo mandaron crucificar ‘los suyos’, los propios judíos.
Pero si malo es ser de los nuestros, como bien dice el autor de ‘El Jarama’, peor es ser de los buenos. O sea, creerse que los nuestros son los buenos y los vuestros son los malos. Una simpleza absoluta, un maniqueísmo de primaria, que desafortunadamente es la ley que impera en las redes sociales y en la clase política, reflejo grotesco de nuestra pobre sociedad. Una sociedad de colectivos, y no de ciudadanos, cuyos miembros necesitan, como el perro doméstico, la constante palmadita de aprobación o la colleja de reprobación.
Ya lo dijo Pérez-Reverte, que hasta el más hijo de puta puede tener sus cinco minutos de heroicidad. Igual que la mejor persona que conozcan puede cometer, por el motivo que sea, un acto monstruoso que marque para siempre su existencia. No hay un límite entre buenos y malos; todos tenemos nuestras cosas, y son las acciones las que se pueden calificar positiva o negativamente. No hay un juicio final, como no hay un cielo ni un infierno; pero lo que sí existe es el perdón. Y el perdón es un derecho que debe tener hasta el individuo que haya cometido la peor atrocidad que puedan imaginar.
Quizás, la incapacidad de perdonar -claro que todo tiene su tiempo y su proceso- sea el único rasgo evidente de maldad en una persona. Así, al menos, lo creo yo.
Comenta Marcos Ondarra que la doxa hegemónica en nuestro tiempo es la progresista. Es evidente: ¡está en los medios! Lo progre lo definió Garci como ir con lo que se lleva. Martín Domingo habla de un sometimiento ovino, por cobardía o por convicción, a la tiranía de la opinión social prevalente. Y los que no nos pensamos de los nuestros ni de los buenos tenemos el deber moral de combatir ese aplastante dominio social. Somos -perdón por la primera persona del plural- lobos solitarios, románticos y rebeldes, que a veces nos reconocemos y esperanzamos en la noche con aullidos desesperados.
En fin, me atrevería a parafrasear a Ferlosio: Ser de los nuestros es una cobardía; ser de los buenos, una gilipollez.