Manuel López Sampalo
¡Viva la muerte (digna)!, o no...
En mi balanza pesan bastante más los argumentos a favor de la eutanasia, y concretamente de la ley aprobada, que los contrarios: o sea, no es un fifty-fifty, sino más bien un 80/20
Uno pensaba llegar a este artículo con los deberes hechos y soltar un rotundo «¡Viva la muerte (digna)!» emulando a Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, o un «¡Viva la vida (manque sufra)!» entre las melodías de Coldplay y las jeremiadas ... béticas. Pero, sinceramente, tras mirarme la ley, seguir el debate eutanásico, leer, escuchar y preguntar a expertos y a opinadores varios,… salimos más fuertes: más fuertes en la duda . Y, es que, hecho el trabajo de campo y la reflexión pertinente, he llegado a la conclusión que como juntaletras no puedo tener una opinión firme sobre un asunto tan serio, tan vital. Como tampoco debería tenerla un político o un presentador de radio. Sólo un profesional de la medicina sabe en realidad de lo que está hablando, creo. Por tanto, personalmente, me acojo al derecho que asiste -y en este caso más dignifica- al ‘opinólogo’: el derecho a la duda. «La duda es la madre de las ideas; sólo los ignorantes y los fanáticos no vacilan nunca», que dijo el escritor austriaco Stefan Zweig.
Pero verán, mi duda no significa una equidistancia o una tibieza posicional en este asunto; no. En mi balanza pesan bastante más los argumentos a favor de la eutanasia, y concretamente de la ley aprobada, que los contrarios: o sea, no es un fifty-fifty, sino más bien un 80/20. Y es que la ley parece buena, pero tengo peros y cabos sin atar. Cierto es que los médicos a los que he consultado están rotundamente a favor de la llamada muerte digna -y también de la mejora en los cuidados paliativos, sí-, y en este dilema pesa mucho más el criterio de por ejemplo mi hermana Almudena, médico internista, que el de García-Máiquez, escritor democristiano.
No son desde luego los ‘garciamáiquez’ de turno, tan seguros y confesionales, los que me han hecho dudar del beneficio integral de esta ley; ni mucho menos los meapilillas del PP, y menos aún los contraproducentes histriones de Vox, con esa parlamentaria, muy dramática ella, que parecía que estaba interpretando una obra de Shakespeare: «¡Muerte, muerte, muerte y más muerte!» Una intervención, la voxera, que uno la compara con la de Inés Arrimadas, que estuvo excelente, y lo tiene clarísimo. En unos años, estos conservadores y reaccionarios, serán los que defiendan esta ley; como ha ocurrido con los más drásticos avances sociales. Por cierto, una ley que se aprueba con un ministro de Sanidad, Illa, que se declara católico, sentimental y del Espanyol. Pero, decía que, quién de verdad me ha abierto la espita de la duda es el doctor Igea, vicepresidente de la Junta de Castilla y León.
Francisco Igea, de Ciudadanos, habla desde la experiencia. Especialista en digestivos, ya defendió a bata y jeringa la proposición de ley de cuidados paliativos que llevó el partido naranja al Congreso. Él, que no es contrario a la eutanasia, habla de una alternativa entre el horror del sufrimiento y la muerte asistida. O sea, vendría a decir que primero paliativos y más paliativos y, luego ya, si no hay más remedio, eutanasia. Me quedo con lo que le dijo a la socialista Adriana Lastra: «Si usted es capaz de entrar conmigo a una habitación y ponerle la medicación [terminal] a una persona que te mira con angustia, te agarra la mano, respira cada vez más despacio, se pone pálida y cianótica, y fría, y verle la mirada y aguantársela…; si usted es capaz de hacer eso, sabiendo que lo que hace es por el bien de esa persona, la ley será buena; de lo contrario, yo no la votaría».