Manuel López Sampalo
Los Tosantos de Brooklyn
No sólo los Tosantos se han visto ensombrecidos por las dichosas calabazas y máscaras de Scream
Mi primo Alejandro, de 8 años, me dice que tiene una buena noticia: casi en secreto me cuenta que ya no le da miedo Halloween y que se va a disfrazar este año de Paul MacCartney. Le replico que qué bien, que entonces ya puedo ... llevarlo por fin al Museo del Títere --le dan pavor las marionetas-- y pone cara como de tampoco-te-pases.
Respecto a la caracterización de Beatle entiendo que se refiere a que irá de zombi con greñas, gafas de jipi y guitarra; porque en mi cabeza a MacCartney lo asesinó un fanático en Manhattan. Me corrige y me recuerda que este está vivo. Ah, es cierto, pero entonces qué miedo da este disfraz, le repregunto. Se encoge de hombros y concluyo que si se pone una careta del Paul actual puede dar jindama; ya que tras tanta operación estética, el liverpolita está entre Camilo Sesto y Ramoncín.
Por fortuna, a diferencia de Ale y su quinta, mi generación se libró por los pelos de las malditas fiestas de Halloween en el colegio. Hoy día las escuelas se tiran desde una semana o siete antes del 31-O dando el coñazo con la celebración yanqui: manualidades, decoración, concursos de disfraces, etcétera. Y no sólo las escuelas, claro; hay que tragarse las noches temáticas en pubs y discotecas, los escaparates de los comercios como si fuera un Corpus anticristi y hasta la ornamentación municipal: tal es el caso de San Fernando. «Ay, Jalogüin, Jalogüin, qué por culo de Jalogüin», que cantaba el Yuyu con la chirigota Los Monstruos de Pueblo.
A nosotros, bendito sea el profesor, nos llevaban de excursión al antiguo Mercado del Rosario a ver los Tosantos: esos ninots gaditanos que en vez de quemarse se comen. ¡Qué coraje le daba a mi padre, granaíno reconcentrao, que dijéramos ‘Tosantos’ en vez de ‘Todos los santos’! Es lo que tiene esta tierra, que le pone una peluca rubia a una cabeza de cochino y te representan a Trump o a Teófila, o le encasquetan las gafas y el pelucón de Puigdemont a un atún. Intuyo que este año el calamar dará mucho juego: quizás veamos en la plaza de abastos media docena de chocos jugando al mangüiti.
No sólo los Tosantos se han visto ensombrecidos por las dichosas calabazas y máscaras de Scream; sino que el sentido original de la festividad, que es el de recordar a nuestros muertos, ha quedado arrumbado por el truco o trato. Es entonces cuando pasamos a acordamos de los muertos de Halloween. Por cierto, la última festividad de Todos los santos me pilló en Sevilla y acompañé a mi tío José al cementerio de San Fernando a llevarle flores a la tumba de su madre que, a modo de anécdota, la localiza siempre porque está junto a la estatua de Enrique el Cojo, quien fuera profesor de sevillanas de la duquesa de Alba entre otras. De paso, me enseñó el panteón de Gallito, el de Paquirri, Juanita Reina y Antonio Machín: a quien cada aniversario de su muerte le ponen una botellita de ron sobre la tumba.
En fin, la influencia estadounidense, vía pantallas, sigue siendo indiscutible; al punto de que cualquier día cambiamos la cena del pescaíto de Feria por el pavo de Acción de Gracias. Sería maravilloso que virara el sentido de la ascendiente cultural y en unos años viésemos el famoso Flea Market de Nueva York, por ejemplo, decorado con cabezas de cerdo y de caballas escenificando con mucha guasa los sucesos más destacados del año: los Tosantos de Brooklyn, vaya.