Manuel López Sampalo
La silla blanca
Ese asiento de plástico, ¡alabado sea!, levantado en peso como un trofeo hacia el cielo madrileño
Una silla es una invitación a comer: «Quédate, que te hacemos sitio». Una silla es el prólogo del diálogo: «Siéntate y lo hablamos». Una silla es la compañera fiel del estudiante, del escritor, del oficinista, del viejo, del pescador y del paralítico. Una silla cambia ... según sus apellidos: la bendita silla de playa, la maldita silla eléctrica. A veces las sillas faltan: «Perdona, ¿puedo cogerla?»; en otras ocasiones sobran: «Sí, está libre». El juego de la silla descarta y los juegos de silla suelen ser de cartas.
Sillas famosas –Aquí escribió Larra su...– y sillas infames –Esta fue donde Hitler firmó...–. Sillitas para niños y sillones para ancianos. Sillas de enea: flamenco y artesanía. Las sillas que las señoras del pueblo se sacan a la fresca en verano y las sillas galácticas de los ‘gamers’. Ruedas en la silla del bebé y ruedas en la silla del abuelo. Telesillas y sillas para la tele. Sillas calientes y sillas vacías que duelen.
Hay sillas que son refranes --«El que fue a Sevilla…»-- y las hay que son canciones infantiles: «La sillita caca / el sillón de oro / donde caga el moro». Se puede ofrecer asiento de manera educada y cortés: «Siéntese, señora, que yo me bajo en la siguiente», y hacerlo de modo imperativo e histórico: «¡Se sienten, coño!» En clase colgábamos las sillas del techo o les poníamos chinchetas; más de una vez se la retirábamos al compañero que caía de culo estrepitosamente.
Las hay giratorias, de madera, plegables, de Ikea, bastones con asiento, tapizadas, sillas de plástico publicitarias, sillines, sillas académicas, taburetes, la silla del barbero, la del dentista, las de tijera, mecedoras, bancos, butacas… y ya paro que parezco el camión del tapicero. Sillas, sillas, sillas y más sillas… Pero luego, aparte de todas, por encima de ellas, en otra dimensión, está La Silla.
Sí, La silla. Esa silla blanca y plegable, como de picnic o piscina, que el defensa del Real Madrid David Alaba eleva en una esquina del Bernabéu tras el tercer gol de Benzemá ante el PSG. Esa silla provisional, de fotógrafo o de segurata, es el triunfo de lo eterno. Ese asiento de plástico, ¡alabado sea!, levantado en peso como un trofeo hacia el cielo madrileño. Alzado como un exvoto a la Cibeles, musilla blanca.
En tiempos de zozobra, la silla nívea nos reconforta; porque a pesar de que el mundo se ponga bocabajo, uno tiene la seguridad de que el Real Madrid, como el dinosaurio de Monterroso, va a seguir ahí. El Madrid es ese asiento donde reposan los valores occidentales, esa boya para el nadador en aguas abiertas, la mirada de la madre para el niño en el parque; es un diálogo cuerdo en una película de Cuerda. El Madrid es lo imperturbable, lo incorrupto, el blanco inmaculado.
Con diferencia, de Marruecos a Australia, la camiseta merengue es la mejor embajadora de España. Jabois decía que había que meter esa silla blanca, ese asiento provisional, en el escudo del Real Madrid. También contó en su día, que Gistau le sugirió que cambiase el verso «soy lucha, soy belleza» de su himno, el de la décima, por «soy lucha, soy galerna». Yo lo dejaría en un «soy silla, soy galerna».