Manuel López Sampalo
San Juan de Dios con Plocia
Por edad y por falta de raíces no supe de una ciudad que madrugaba y cuyo centro bullía a primera hora de currantes
En aquella final sonó un pasodoble de Martínez Ares que hablaba de un Cádiz por mí desconocido. Por edad y por falta de raíces no supe de una ciudad que madrugaba y cuyo centro bullía a primera hora de currantes. Pregunté e indagué tras oír ... aquella copla. Me enteré de que Pepe el de Los Negros –su bar sito en la esquina con el callejón homónimo– ponía a funcionar el molinillo de café antes de las seis de la mañana para el personal de la basura, del muelle, taxistas, policía, operarios de los Astilleros y Tabacalera. Sobre La Eureka me contaron que era una fábrica de chocolates y dulces. El Moderno y La Bella Sirena, sendos bares de la céntrica zona, donde paraban los trabajadores del muelle a por su lingotazo de coñac.
Mauri era una ‘caramelería’, en la calle Compañía, donde se fabricaban los caramelos de forma artesanal. Cuando la letra de Los Cobardes alude al «flamenco de cueva» está hablando del que se cantaba en La Cueva del Pájaro Azul, en la calle San Juan ¿«La lata de serrín con las gusanas»? Sí, se conoce que Plocia era un punto de venta de cebos frescos para la pesca o carná. Y es que, justo al lado, en la calle Lázaro Dou paraba el trolebús de San Fernando, de donde venían los mariscadores a por género. Entonces, por la zona, había varios clubs de alterne, por ejemplo ‘El submarino’; de ahí el verso «Farolillos rojos de los besos que se pagan».
Rememora la letra al que fuera edil de Fiestas, Vicente del Moral: que lloraba por la esquina que le faltaba a su tienda de ropa. Del Moral ocupaba Columela, San Francisco y Corneta Soto Guerrero; le quedaba una cuarta ocupada por el bar Sol. El cuarteto del Peña hizo chanza de esto: «Vicente, un trofeo más y la esquina del Sol Bar». Ahí supe que a las mercerías se le llamaban refino; sí sabía que los barberos se identificaban con un poste azul blanco y rojo: de hecho, es algo que se ha recuperado. La casa de Socorro, donde se acudía en caso de accidente o para la vacunación, estaba en la Avenida, delante de la plaza de toros.
¿«Cochecito lerén, gato de ultramarino»? El cochecito era una suerte de coche de caballos, pero para pasear a los niños y tirado por un pollino. Lo del ultramarinos se refiere a que, después de los chicucos, estos establecimientos solían tener un gato para los ratones. «Regio y la media suela»: Regio, el hotel, claro; que data de 1978. La media suela es por los artesanos zapateros remendones. El pasodoble, cómo no, menciona al Vapor: ese Vaporcito inmortalizado en la copla de Paco Alba y que estos ojos vieron hundirse allá en el verano de 2011 cuando hacía prácticas en el ‘Diario de Cádiz’. El tranvía, por su parte, está en lento proceso de recuperación. La Cruz Blanca era la genuina cervecera de Cádiz.
Las casetas de la playa las había de mampostería y de madera. Se contaron hasta 700 en La Victoria. Los cines de barrio se hallaban salpicados por toda la ciudad: desde el famoso Brunete hasta desde donde esto escribo, El Imperial. En El Puerto se encontraba el mítico Macario, al que Javier Ruibal consagró en una canción. Ares habla del Caleta, cine de verano donde ‘Tarzán de los monos’ «gritaba entre chocos y adobo». Antes de Mágico y compañía, el cadismo tuvo su ídolo en Fernando Carvallo, mediapunta chileno, gran artífice del primer ascenso del Cádiz a Primera en 1977. Por la misma fecha, el autobús ‘La Carterilla’ –sus colores la asemejaban a un paquete de tabaco de la época- hacía el trayecto Cádiz-San Fernando. Los policías urbanos, o ‘queus’ en la jerga gaditana, vestían de blanco en verano por motivos evidentes y lucían un casco o salacot tipo Calimero. El pasodoble, en un ejercicio simétrico, acaba donde empieza: en la misma esquina, San Juan de Dios con Plocia, con el cierre del bache Los Pabellones, el que fuera templo castizo del Carnaval. Ahora sé que yo conocí a Cádiz ya en su lecho de muerte.