Que nos quiten lo bailao
Un equipo humildísimo ha puesto la pica en Old Trafford, quedando entre los ocho mejores de Europa
La noche del pasado domingo fue gloriosa para los cadistas y tristísima para los granadinistas: que esquivaban atajar a casa desde Los Cármenes por el Paseo de los Tristes para evitar la penosa redundancia. La cara y la cruz del fútbol. En mi caso particular, ... fue doblemente dura, porque se da la cruel circunstancia que uno vive en plena Avenida y el alborozo amarillo que avanzaba hacía las Puertas de Tierra, y se colaba por las ventanas, no hacía sino subrayar la desgracia propia. Al cadismo, darle la enhorabuena y reconocerle que ha sido una permanencia merecida, dado que desde la llegada de Sergio al banquillo el equipo ha practicado un fútbol más que aceptable.
Me alegro especialmente por mi vecino José Manuel, que lo primero que hizo al verme la mañana siguiente fue darme ánimos; por el panadero, Andrés, que incluso se desplazó a Vitoria; por mi amigo Antoñito, que trabaja en el club y se temía un ERE si descendían; por los trabajadores de LA VOZ y, por supuesto, por Manolo Vizcaíno. Es evidente que no me puedo alegrar, por los muy contados casos, que en vez de disfrutar con el logro de su equipo, se acordaron del Granada y su gente y nos señalaban, entre la burla y la rabia, mandándonos a segunda e incluso «a mamarla». Ay, el karma.
Ya digo, que si algo compartimos amarillos y rojiblancos aquella noche, fue el poco y mal dormir: unos por la euforia, otros por la pena y la impotencia. Y es que el guion se las trajo: gol del Mallorca, penalti marrado por el Granada, gol del Cádiz, segundo tanto bermellón, pena máxima anulada al Alavés, palo de Carlos Bacca… y pitido final. Una crueldad emparentada con aquella final de Copa del 2019 que ya nos veíamos jugando en la Cartuja y que el Athletic nos la birló, levantándonos un 2 a 0 en el 80. Yo ni fui capaz de llorar, porque en mis lacrimales hay más sequía que en la huerta murciana; mas las lágrimas del sempiterno Jorge Molina son también las mías, por supuesto.
Con el paso de los días, como es lógico, uno va relativizando y siendo consciente que no le va la vida en ello y que esto del fútbol es así, una noria: más aún para equipos como Granada y Cádiz, para los que estar en la élite del fútbol patrio es algo excepcional ‒normal que se festejen las permanencias como un título‒: que los nazaríes, en 91 años han jugado solo 25 campañas en primera, y los amarillos, si no me equivoco, 13 ó 14 en 112 años.
Ya digo que uno ya se va haciendo a la idea de competir en segunda, y va viendo los rivales a los que se medirá su equipo ‒¿estará el Linares? ¿Y el Valladolid?‒ y mentalmente va confeccionando la plantilla: que si me gustaría tal entrenador porque tiene experiencia, que si Fulano tendría que quedarse, que si a Mengano hay que venderlo y sacar pasta, etcétera. Oye, y que nos libramos de los tediosos parones de selecciones: ahí salimos ganando (guiño).
Mas el mayor error sería llegar a la nueva categoría dándoselas de gallito y exigiendo al club un ascenso inmediato. Con esa actitud lo que haces es comprar papeletas para seguir bajando hacia las categorías de la RFEF. Hay que afrontarlo con mentalidad ‘diegomartinista’ o ‘cerverista’: conseguir los 50 puntos cuanto antes, y luego ya veremos si se puede aspirar a algo más.
Dicho todo esto, a mi Graná que le quiten lo bailao: un 7º puesto en Liga, una semifinal copera y unos cuartos de final de Europa League contra el Manchester United, dejando por el camino a equipos como el PSV o el Nápoles. También por ello, la caída ha sido más dura: icariana. Pero, oye, un equipo humildísimo ha puesto la pica en Old Trafford, quedando entre los ocho mejores de Europa. Que venga otro y nos iguale tamaña gesta, que ahí se queda para los anales. Ea.
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