Manuel López Sampalo

La voz perdida

Desde mi afonía tengo tiempo para reflexionar y reconfirmar que el buen periodista no es el que habla sino el que escucha

Juan Manzorro

Manuel López Sampalo

He perdido la voz a causa de una faringitis: creo que se fue de puente y aún no ha vuelto la ‘mu’ puñetera. Cada mañana me levanto con la ilusión de que esté de nuevo en su sitio, agazapada entre mis cuerdas vocales; es por ... ello que, como el personaje de la novela ‘Los millones’ de Santiago Lorenzo, lo primero que hago al despertar es decir «Oboeeee» en voz alta y grave. Pero nada, de mi garganta brota un ridículo hilillo vocal, y así parezco Carlos Orúe imitado por el comandante Lara. Solo pronuncio la ‘h’, la ‘p’ de psicólogo y la ‘g’ de gnomo.

Salgo a la calle y me cruzo en la puerta con una vecina, pero no me sale un «hola» hasta la cuarta vez que lo vocalizo; cuando la vecina en cuestión está ya en el ascensor por el quinto piso. En la farmacia pido Frenadol por gestos, y como mi boticario es El Cabra pues me hace hablar de más: que si lo quiero en cápsulas o granulado, Forte o normal, con o sin cafeína… En fin, me voy a acordar yo del estribillo de ‘Ay, qué malito estoy…’. Luego, la frutera, que da por hecho que he estado de juerga en los carnavales: si supiera que lo más cerca que anduve de Sagasta y Capuchinos fue en el ala oeste de casa, o sea, en el cuarto de la plancha. Y como no quiero arañarme más la garganta me resigno a los prejuicios: maleducado, malaje y juerguista.

Paseo con mi madre y me siento como Juan el de El Selu. Ella parece poseída por el verborreico espíritu de Manu ‘Zanshe’ y me suelta una chapa de antología a la que únicamente puedo responder con movimientos de cabeza. Me acuerdo entonces, cómo no, de Juan Manzorro y de todas aquellas voces que se apagaron, como la de Colmenarejo. Juan, que estaba sin habla, no pudo decir unas últimas palabras al pueblo de Cádiz; mas recuerdo un tuit que escribió en verano y que me sacó una sonrisa: «Voy al banco y como no puedo hablar aún me comunico por gestos y con notas. Y el bancario me responde también con señas y escribiéndome. Paisano, háblame, estoy mudo temporal pero no sordo. Nos hemos reído los dos». Durante estos días, he vivido escenas surrealistas por el estilo, con las que inevitablemente me he tenido que reír.

Coincidí con Juan Manzorro en más de una rueda de prensa durante mi periodo práctico en Radio Cádiz. Siempre tenía una palabra amable y un saludo por la calle por muy último mono que uno fuese en el mundillo periodístico. Cosa que otros, unos cuantos, ni los buenos días. Recuerdo que me preguntó de qué me iba a disfrazar aquellos carnavales; yo, que andaba bajo de ánimo, le respondí que aún no sabía. Y entonces me provocó la carcajada cuando me dijo que él ya estaba disfrazado: que llevaba 30 años caracterizado de Groucho Marx.

Desde mi afonía tengo tiempo para reflexionar y reconfirmar que el buen periodista no es el que habla sino el que escucha. Que lo importante en este oficio no es la voz sino el oído. Hay grandes locutores, encantados de escucharse, para el que sus oyentes son números. También columnistas mediocres, como este que escribe, que no cuentan lo que pasa sino lo que les pasa. Manzorro, que además era un notable narrador –no me quito de la cabeza a Nieto Jurado imitándolo: «¡Su tipo, Maripepa!»–, digo que Manzorro supo contar Cádiz, dar voz a su gente. Fue popular porque fue humilde. «Tomo apuntes de lecciones que me da la vida», dice en su Twitter.

Mi resfriadito se irá y mi voz tiene que estar al llegar. Juan se ha ido, pero Manzorro se queda.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios