Manuel López Sampalo
Mi Palmar de Troya
La particularidad de la A-394 es que pasa por las mismas puertas del convento, basílica, catedral --o lo que sea aquello-- sede de la iglesia palmariana
En nuestra infancia, en los años 90, no había pantallas en el coche para que los niños viésemos películas o series de dibujitos, ni tampoco nuestros ojos se imantaban a una consola portátil; pese a que ya contábamos con prototipos de la Gameboy, no nos ‘ ... enviciábamos’ en los viajes: ya fuese porque nos mareábamos, porque le duraba poco la batería o porque nuestros viejos no eran tan laxos como los de ahora. El caso es que mi hermana y yo, en los frecuentes viajes Cádiz-Granada y viceversa con mi padre al volante, simultaneábamos los casetes de Julio Iglesias --«vivo en la carretera»-- con los ingenios paternos: que a su vez alternaba refranes con historias, según el pueblo por el que pasáramos.
Hay dos vías que conectan Cádiz con Granada, la A-384 (Carretera Arcos-Antequera) y la A-92. Pese a que la primera, la de los pueblos blancos, fuese la ruta más corta y más bella, solíamos optar por ese Guadalquivir de asfalto que es la Autovía del 92; más que nada porque nos encantaba parar a comer en la Venta Nueva Andalucía --entre El Arahal y Paradas--. Ya digo que nuestro padre iba salpicando con hitos la ruta: «El Cuervo: pájaro loco, pica, pero pica poco»; la iglesia del cura loco de El Palmar, el papa Clemente; «Dos Hermanas, cuatro tetas»; los polvorones de Estepa; Antequera, «¿Antes qué era?» y la leyenda del indio o peña de Los Enamorados; Franco y las truchas de Río Frío, y en Loja, ya saben, la que no es una cosa es la otra.
La carretera A-394 es un atajo que conecta la N-IV (Jerez-Sevilla) con la A-92, sin necesidad de subir hasta Los Palacios. Tampoco fue nuestra infancia tiempo de GPS, por lo que apenas los camioneros y nuestro padre --médico con vocación de camionero-- conocían esta variante o alternativa. La particularidad de la A-394 es que pasa por las mismas puertas del convento, basílica, catedral --o lo que sea aquello-- sede de la iglesia palmariana. Nos quedábamos, mi hermana y yo, embobados mirando aquella gigantesca araña de 12 patas que se erigía monumental en mitad de la nada. Siempre quise saber más de lo que escuché por las pinceladas paternas: por eso, ya de estudiante, convencí a mi amigo Casimiro para que en un viaje Sevilla-Cádiz arrimase su coche al inquietante coloso de El Palmar. Nos apeamos del auto y con la curiosidad propia del periodista animé al compadre a que buscásemos una entrada. Imposible. Aquél kilométrico muro grisáceo es inexpugnable.
Aparcado el asunto y hasta el prurito aventurero, diez años más tarde, otro periodista nos ha abierto de par en par la cancela del convento palmariano. Jorge Decarlini es hijo de El Puerto de Santa María y un excelente narrador al que descubrí siguiendo el hilo de sus historias musicales tuiteras: de Carlos Cano a Juan Carlos Aragón pasando por Sabina. Recién acaba de publicar con Libros del KO su ópera prima: ‘¡Milagro!: Éxtasis y sombras en El Palmar de Troya’. Un reportaje escrito con el pulso del que sabe deleitar contando historias, que se mete hasta el sagrario de la secta que montaron Clemente y Manolo y que, pese a la creencia, sigue aún con vida. Una palabra, secta, que en más de 300 páginas no sale de la pluma del autor; lo cual es indicativo de que él no enjuicia, sino que se limita a contar para que sea el lector quien saque sus conclusiones.
Una historia que es increíble en el sentido literal de la palabra: el mismo Decarlini afirma en una entrevista que sería una mala novela porque tiene tantas capas que resulta inverosímil. El caso es que el autor de los hilos teje una red que me vuelve a conectar con esta historia: concretamente la calle Redes, de Sevilla, donde el que escribe estuvo residiendo un año (2012-13), en el número 5, y donde la secta clementina tuvo durante muchos años su centro operativo, en el número 20. Y yo sin saberlo.
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